"Novios son Elvira y Gil, él es mayo y ella abril; para en uno son los dos, ella es luna y él es sol." "Elvira es tan bella." "Como un serafín." "Labios de amapola." "Pechos de jazmín." "Carrillos de rosa." "Hebras de alelís." "Dientes de piñones." "Y aliento de anís." "Gil es más dispuesto..." "...que álamo gentil." "Tieso como un ajo." "Fuerte como un Cid." "Ella es hierbabuena." "Y él es peregil." "Ella la altemisa." "Y él el torongil. Novios son Elvira y Gil, él es mayo y ella abril; para en uno, son los dos, ella es luna y él es sol." ¡Par Dios que lo habéis cantado bravamente! ¿Ha estado bueno? ¡No lo entonara Galeno tan bien! Habeisnos honrado. Aquí los novios se asienten mientras se pasa la siesta. Apacible sombra es ésta. A docenas, Gil, se cuenten los hijos que os diere Dios, y para cada cual de ellos más ducados que cabellos tengáis. Gocéisos los dos más que Sara y Abrahán, y calme Dios con ventajas de vino vuestras tenajas y vuestras trojes de pan. Y por decir cuanto puedo, por junto, hágaos el Señor el más rico labrador de la Sagra de Toledo. Todo el mundo os quiera bien, honrándoos por varios modos; y pues he habrado por todos, respondan todos, Amén. Amén. Todo ese bien y ventura que nos habéis deseado, os vuelva el cielo doblado con la bendición del cura; que ya mi Elvira imagina que, con favores sin tasa, Dios bendice nuesa casa por virtud de la madrina. Pues si en tales regocijos, porque más dicha nos cuadre, la madrina es casi madre y los novios son los hijos, el bien que el cielo la ofrece es bien que a los novios caya, porque nos digan, "Bien haya quien a los suyos parece." Juana es la vertú de España tan buena como el buen pan. Juan Vázquez, su padre, es Juan, que basta, y aquí en Hazaña, nueso puebro, es tan amado del poderoso y del chico, que, con ser hombre tan rico, de ninguno es envidiado. Quien los conoce, los llama de toda esta Sagra espejos; él es dechado de viejos y ella de doncellas fama. Y así padrinos los nombra por participar su estima; que al que a buen árbol se arrima le cobija buena sombra. Basta, Gil, no digáis más; págueos la alabanza Dios, que es propio al bueno, cual vos, decir bien de los demás. Yo y mi Juana, a vos y a Elvira os quedamos obligados, que sois ya nuesos ahijados; y, pues mi afición os mira cual hijos, ved lo que os cuadre en mi casa, que desde hoy hijos sois y padre soy. ¡Viváis mil años, compadre! Hablad, Juana, a vuestra ahijada. Vos, padre, habláis por los dos. Hágaos sierva suya Dios, Elvira, y muy bien casada. Propia bendición de santa; breve, en fin, y compendiosa. Siesta hace rigurosa, vuestro sosiego me espanta. Hagamos algo. Mi bien, no sale el sol tan bizarro cuando en su lucido carro alumbra el mundo. ¡Qué bien! Reírme del dicho quiero. Muy bien sabéis requebrar, mas quiérote preguntar, Gil, si el sol es carretero. Que si en carro le rotulas, cuando muestra su arrebol, podrá ser que quiera el sol comprarme mi par de mulas. Crespo, déjanos aquí. ¡Quién oyera al sol ligero decir siendo carretero, ¡arre, mula, pesia á mí! y de Madrid a Toledo, cuando llueve o hace barro, junto a Cabañas el carro atascado, tieso y quedo, echar “votos”! Majadero, ¿el sol había de votar? Sí, par Dios, y aun renegar, si es que el sol es carretero. ¡La necedad en que ha dado nuestro lenguaje español! No hay estrellas, luna o sol, plata, oro o cristal helado, que luego no dé con ello en la cara de su dama. El hombre que quiere y ama, la hace de oro el cabello, porque tiene algunos rojos; perlas los dientes; cristal la frente; el labio coral, y soles después los ojos. ¡Válgate el diablo! Repara, amante, que una mujer es imposible traer tanto en un palmo de cara. Calla, necio, antes trae más. ¿Más? Sí. Pues ¿no es cosa llana? Mira tú una cortesana con atención y verás en la más honesta y casta sueltas todas esas dudas. Cara hay que ha gastado en mudas de huevos una banasta, cien cantarillas de miel, veinte cofines de pasas; pues ¿qué si al solimán pasas, turco del rostro crüel, que la destruye y jalbega? No gasta en un año entero tanta cal un pastelero cuando la Pascua se llega, como una cara pringada, pues la de más bizarría no es más que pastelería por la Pascua jalbegada. La color, pues, que codicia encubrir la opilación, no gasta más bermellón una casa a la malicia. Pues el sebo que hace hermosas las manos, ya es tanto y tal, que sin ser de Portugal las pueden llamar sebosas. Eso es lo que yo más llevo de su engañoso arrebol; ¿por qué ha de ser luna y sol lo que es solimán y sebo? ¿No fuera menos trabajo, sin andar de Ceca en Meca, llamar la cara manteca y a los dientes, dientes de ajo, que son blancos y son dientes; a los cabellos esparto, que es rubio a veces y hay harto, y no rayos transparentes, el sol y la luna clara con que amantes y poetas dicen que andan los planetas saltando de cara en cara? Al menos las de la Sagra no se afeitan. ¿No? Verá. Todas son de corte ya, cualquier se almagra. Dejemos eso y tratemos algo que nos entretenga. Bien dices. Un juego, venga. Di,¿ queréis jugar? Juguemos a los propósitos. Son melancólicos. No hay juego de más gusto y más sosiego que buena conversación. Proponed alguna enigma, y la novia dé un favor al que la acierte mejor. Si mi parecer se estima, cada cual, por varios modos, pinte aquí las propiedades, efetos y calidades del amor; y el que entre todos mejor al rapaz pintare, Elvira le dé un listón. Nuesamo tiene razón. Cada cual piense y repare. Padre: dejémonos de eso que es ocioso disparate. ¿De qué quieres que se trate? De algún ejemplo o suceso en que dos buenos casados y santos nos entretengan, y de ellos a aprender vengan su virtud los desposados. Éste es lindo pasatiempo. Cuentos sé yo, no sé cuántos, de algunos casados santos. Quien da lo que es suyo al tiempo es discreto, y el que ves es más de entretenimientos, hija, que de tales cuentos; guárdalos para después. Que si al tiempo te acomodas, has de hablar, según mi ejemplo, en el templo, como en templo, y en las bodas como en bodas. En boda estás; esta vez goza su conversación. Obedecerte es razón. Vaya, que yo seré el juez. Yo os sacaré a la vergüenza, Amor, si os llego a pintar. Llorente, tú has de empezar. ¿Yo? Tú. Comienza. Comienza. Paréceme a mí que Amor será un pequeñuelo infante de alegre y bello semblante, trapacista, enredador, desnudo por el calor de su irreparable fuego, con dos alas, medio ciego y amigo de hallarse en todo, con el indio, con el godo, con el español y el griego. Serán sus propios efetos sujetar con dulces daños floridos y verdes años y engañar libres sujetos; volver los necios discretos y Demóstenes los mudos, romper de Gordio los ñudos y oprimir con leyes graves, desde las vestidas aves hasta los peces desnudos. Son los efectos de amor mezclar penas con consuelos, satisfaciones con celos y esperanzas con temor; el favor y el disfavor, lo amargo con lo sabroso, lo cierto con lo dudoso, como yo he experimentado, pues que vivo enamorado, triste, confuso y celoso. Ya yo he dicho, Elvira hermosa. Y harto bien. Ese favor quiero agradecerle a Amor. Diga Toribio. ¿Yo en prosa? Harto mejor os prometo que en poesía lo dijera. Vaya en verso. ¡Copla fuera! Tomad allá este soneto: Amor, deidad que lo imposible alcanza, es propensión violenta en quien se inclina, celeste influjo, en cuanto predomina, pues si éste cesa, entibia la mudanza; Amor es relación de semejanza que al objeto su móvil se encamina; sangre nos dice que es la medicina y un mixto del temor y la esperanza. La dama en interés funda su empleo; el torpe afirma ser sólo apetito, pero unidad el lícito deseo. El del alma es virtud, pero delito el material, mudable, torpe y feo, que Amor es dios, y aspira a lo infinito. Como en Alcalá estodiabas tienes pergeño sotil. Ea, diga agora Gil. Digo, pues. ¿Y en qué? En octavas. Amor, conforme yo le he imaginado, será como quien es, hijo de herrero, un muchacho mal hecho, corcovado, asido de los fuelles, negro y fiero; su madre enredadora le habrá dado algunas licioncillas de hechicero, con que las brasas sopla y fuego atiza del descuidado amante a quien hechiza. Su propiedad y efeto no consiste sino en quitar el seso y sufrimiento al pobre amante en cuya esfera asiste, obligando a locuras su tormento; y así ya está el amante alegre y triste, celoso, confïado, descontento; ya teme, ya es valiente, ya travieso. ¡Mal haya, amén, amor que quita el seso! ¿Cómo, Gil, recién casado, y amor tan aborrecido? O tu estás arrepentido o sin duda que has hablado por boca de ganso. ¿Hay tal? Por mi honra volver quiero; yo, el amor que vitupero no es el amor conyugal, que aquése es tan atinado que idolatro en sus favores. Pues ¿cuál? Hay dos amores, soltero uno, otro casado. El soltero es el dimonio y sus faltas saco a luz. ¿Y esotro? No, porque es cruz. Si cruz es el matrimonio, yo he de decir maravillas, porque he de entrar en más hondo. ¿Y en qué? Mi ingenio es redondo, y así diré en redondillas: Considero yo al Amor que será por su desastre, como un aprendiz de sastre o mozo de tundidor. De una personilla chica que con interés se encarna, todo cubierto de sarna, que por eso come y pica. La vista llorosa y ciega, una nube en cada niña y la cabeza con tiña, que amor cual tiña se pega. Trampista que compra y vende y engaña a quien por él pasa, ladrón ratero de casa que se esconde como duende. O será un animalejo al modo de un arador, pues cual él se mete Amor entre la carne y el hueso. Mona que todo lo imita, y, en fin, a mi parecr, pues está en hombre y mujer, Amor es hermafrodita. Gil: tápale aquesa boca. Esto escucha quien consiente hablar un necio entre gente. Yo soy necio y vos sois loca. ¡To, to, Capitán! ¡Marquesa! ¡Cita, Zagala, Zagala! Al viento la liebre iguala. Dificultosa es la presa. Traspúsose por el cerro. Perdióse. ¡Buena demanda! ¡Oh lleve el diablo quien anda hecho loco tras un perro! ¡Que ha de andar un hombre a caza para cansarme y cansarse por lo que puede comprarse por dos reales en la plaza! ¡Qué de esto gusto reciba y no le aten a un pesebre! No hay galgo que alcance liebre cogiendo una cuesta arriba. Si el camino le atajamos no se nos escapa. No. Galgos, los mozos llamó un discreto, de sus amos, y dijo verdad expresa, pues el que sirve a un hidalgo, no comiendo como galgo más que huesos de su mesa, con él alcanza la liebre de la otra, que a mensajes de los galgos o sus pajes, la fuerza a que rompa o quiebre su cazador o galán con su inclinación honesta; y aunque corra por la cuesta del soy y del qué dirán, la diligencia del galgo o el criado--lo propio es-- la trae rendida a sus pies. Pues ¿decir que le dan algo después que todo esto pasa? Si ladra por su salario una coz es lo ordinario con que le arrojan de casa. Señor Loarte: ¿por aquí con tan gran calor? ¡Oh, amigo! Mi inclinación, cual veis, sigo. ¿Qué es esto? ¿Qué hacéis así? Cásase Gil, mi crïado, con Elvira de Añover, y sálense a entretener el calor, cual veis, al prado. Por muchos años y buenos. Siéntese aquí su mercé. ¿Sois vos el novio? Sí haré; ninguno dirá a lo menos que vuestra esposa no es bella. Como quiera que seamos, señor Loarte, aquí estamos, para servirle, yo y ella. La madrina es tan hermosa que más parece divina que humana. ¡Ay Dios! ¡Qué madrina tan bella! Sí, no es mocosa. Esta doncella, ¿quién es? Mi hija Juana, señor. Venturoso labrador que tan precioso interés tiene en casa, y quien emplea en ella hacienda y ventura. No he visto tal hermosura. Así, así, como de aldea. Al menos mi senectud se llama en verla dichosa. Notablemente es hermosa. Más notable es su virtud. Don Juan, decid: ¿qué os parece? Hermosa. ¡Ay, deseos extraños! ¿Qué edad tiene? Trece años. (Si mi amor se está en sus trece no sé, don Juan, qué he de hacer; perdido estoy.) (¿Cómo es eso?) (No sé; sé que pierdo el seso.) Los galgos voy a traer, no se pierdan. Desenfrena después, Lilio, los caballos y a pacer puedes echallos en el prado. O en la arena. ¿A qué bueno desde Illescas a Hazaña, señor, salís? Porque si a cazar venís estas mañanas, que frescas me han convidado a que vea media legua de aquí un haza, he hallado famosa caza para quien correr desea. En las viñas del concejo deben de tener sus camas dos liebres como unas gamas, que a cogerme menos viejo ya las hubiera colgado de la pretina. (¡Ay de mi, que vine a cazar aquí y pienso que estoy cazado!) Si donde decís están, mañana en amaneciendo, ir a correrlas pretendo; porque esta noche don Juan y yo tenemos de ser vuestros huéspedes. Mi casa quedará honrada. ¿No pasa el regocijo y placer adelante? ¡Por mi vida, que se baile un poco! Oíd, lo que nos manda, advertid. Bailemos, pues nos convida este viento lisonjero, y ya la tarde declina. Al lado de la madrina, si gustáis, sentarme quiero, que después acá que sé ser hija vuestra, la estimo. (No ha escogido mal arrimo.) Y hacéisla mucha merced. Perdonad, madrina hermosa, que sin licencia he tomado el más agradable lado que halló mi suerte dichosa. Que a fe, aunque la novia es bella, que es la madrina mejor. Como sois noble, señor, honráisnos a mí y a ella. Gil, a la novia sacad. (Tu fuego, Amor, se reprima, que, aunque su beldad me anima, me enfrena su honestidad.) "A la boda y velación que hace Elvira de Añover con Gil, de quien es mujer, cantó el pueblo esta canción: 'La zagala y el garzón para en uno son.' Y después de haber cantado, viendo a la madrina al lado, que es para alabar a Dios, bailaron de dos en dos los zagales de la villa, que si linda era la madrina por mi fe que la novia es linda. Y por el viento sutil los pájaros a quien llama el canto de mil en mil saltando y volando de rama en rama pican las flores de la retama y las hojas del torongil. Prendó amor a Gil Pascual, que es alguacil del que mira, de la hermosura de Elvira, y a ella de él otro que tal, y al desposarse el zagal levantan esta canción: 'La zagala y el garzón para en uno son.'" Por extremó lo habéis hecho. Volvámonos al lugar, que es hora ya de cenar. (Veneno llevo en el pecho.) No seréis tan regalados ni dormiréis tan a gusto esta noche como es justo a huéspedes tan honrados; pero a este riesgo se pone el que se aposenta en casa estrecha, pobre y escasa. La cortedad se perdone y recíbase el deseo. Todo sobra donde vos estáis, Juan Vázquez. (¡Ay, Dios! ¿Qué hechizo es éste que veo?) Perdí recién casado mi patrimonio y mi florida hacienda; y el crédito quebrado, que tuvo en pie mis gustos y mi tienda, me enseñó, Ludovico, cuán presto es pobre el mercader más rico. Dejé mi amada esposa en confïanza de su fe y mi miedo, y el alma temerosa de Toledo salió, y quedó en Toledo; que cuando Amor no calma, suele animar dos cuerpos sola un alma. Rompí la blanca espuma del proceloso y húmedo elemento y al Perú llegué, en suma, después que vi la muerte entre agua y viento, y me dio el mar noticia del peligro a que pone la codicia. Hallé parientes ricos con cuya ayuda reparé los daños que ya juzgo por chicos, y en el discurso breve de dos años, con hacienda sin tasa, vengo a gozar mi esposa, patria y casa. Éstas son sus paredes, depósito que guarda su hermosura; besar sus piedras puedes como reliquias, si la noche obscura te estorba que divises la casa de Penélope y Ulises. Aquí, hecha España Grecia, me labra mi Artemisia un Mauseolo; aquí vive Lucrecia, en lealtad y belleza Fénix solo. Llama, que ésta es la puerta cerrada al vicio, a la virtud abierta. Con gusto te he escuchado las amorosas salvas que alegre haces a tu esposa, y notado que como tras la guerra, quietas paces, tras la ausencia prolija, presente Amor sus gustos regocija de mi señora. Ludovico, llama. Libréme por ligero. Vendióme algún soplón. Sopló la dama. No está esta pared alta. Mamóla el alguacil. ¿Qué esperas? Salta. Ya estamos en la calle. Por Dios, que es bella moza y que el marido dejó a riesgo un buen talle. Dichosos esta noche habemos sido. ¿Adónde bueno agora? A dormir, que es la una. Sí, ya es hora. Dos hombres han saltado, pienso que de tu casa, y ya se han ido. Suspenso te has quedado. "Por Dios, que es bella moza y que el marido dejó a riesgo un buen talle." ¡Honor! ¿Así os arrojan en la calle? Mira, mira si duermo. Despierto estás. Luego ¿mi daño es cierto? ¿Si acaso como enfermo que frenético ve sombras despierto, no he visto mis enojos? Pero mi casa es ésta, estos mis ojos. No ha sido Leonor casta, no, que escaló mi fama un enemigo; tú eres testigo, y basta en cosas del honor sólo un testigo. ¡Malhaya quien confía de la mujer la honra un solo día! ¿Quieres que entre y acabe pasando su lascivo y flaco pecho? Un delito tan grave si queda con vengarse satisfecho, ¿quieres que vuelva en brasa las adúlteras piedras de esta casa? ¡Cielos, castigo tanto! ¿Lloras, señor? Murió, Claudio, mi fama. Si en muerte es justo el llanto, bien puedo yo llorar, aunque en quien ama y ve lo que a ver llego, no son agua las lágrimas, son fuego. Crüel, ¿ásí has pagado mi firmeza, violando los altares del tálamo manchado? Oro en los montes, perlas en los mares busqué, cuya riqueza pudiese competir con tu belleza. Dejéte a la partida sembrada en tu lealtad mi confïanza amor, lágrimas, vida, y en vez de dulce fruto hallo mudanza, deshonras, desconsuelos; pero quien siembra amor, que coja celos. Pena, matarme quiero... Sosiégate, señor; ¿tú eres el sabio? Infórmate primero si es cierta la sospecha de tu agravio, que despeña la ira si la prudencia su favor retira. Informaréme luego del adulterio infame que me afrenta, si de mi agravio el fuego primero que lo sepa no ensangrienta la ya violada cama que, ausente el dueño, ajenos brazos llama. En Toledo escondido, cuando del sol se ausente el claro coche, sin saber que he venido, rondaré estas paredes cada noche, hasta que mi esperanza los coja dentro y triunfe mi venganza. Presto el tálamo falso será de una tragedia vil teatro, o triste cadahalso, que, pues Córdoba tuvo un veinticuatro valeroso, si puedo, como a él me estimará desde hoy Toledo. Fuese a la guerra el marido, quedó sola la mujer, dila, Fabio, en pretender, y la que Porcia había sido, forzada de la pobreza, porcelana quebrada es; que al golpe de un interés se quiebra cualquier belleza. Dos meses de pretensión me cuesta, y al cabo de ellos, esta noche los cabellos cogí a la calva Ocasión. Y al tiempo que la codicia de mi amor templó la llama, llega de repente y llama a la puerta la justicia. Subimos a la azotea, viónos un corchete vil, avisólo a su alguacil, y él, que prendernos desea, siguiónos; pero burlado le dejamos, cuando vio que saltamos Julio y yo de la azotea a un tejado de la casa donde vive doña Leonor, bella esposa, de Marco Antonio y virtuosa, que está en Indias, y recibe nombre de Lucrecia casta, por quien ya comparar puedo a Roma nuestra Toledo, pues es honra suya. Basta. Estaba el tejado bajo y fuénos fácil saltar a la calle, sin mirar si había gente. Al fin, trabajo nos costó, mas todo es poco, que es un ángel la mujer. ¿Qué hora es? Deben de ser las dos. Entra, que andas loco. Mi padre ¿no me habrá echado menos? ¿Cómo te ha de echar, si cuando se va a acostar te deja siempre acostado? ¡Cómo estos engaños sabe la traviesa mocedad! Mi sospecha fue verdad; él debe de tener llave de casa, hechiza. Confieso que intenta enfrenar el mar el que pretende enfrenar un hijo mozo y travieso. ¡Buen lance habemos echado! Tu padre es éste, señor. ¿Que haces aquí, Melchor? ¿No te dejé yo acostado? Levantaráste a estudiar, ya que a tal hora te veo, para cumplirme el deseo que te da tanto pesar, de que de la iglesia seas; sin duda es lo que imagino, que el vestido de camino en este ejercicio empleas. ¿Tú de noche? Considero que debes de pretender, siendo hijo de mercader, levantarte a caballero. Que es propio de los señores rondar de noche las damas, aunque peligren sus famas. Mi sangre es de labradores, no de caballeros vengo. Un labrador fue tu abuelo. Mi madre, que esté en el cielo, lo fue; un hermano tengo, labrador es en Hazaña, honrado y cristiano viejo. No porque el arado dejo, si esta presunción te engaña, te despeñe así el deseo, porque, para que te asombre, no es Pimentel mi renombre, ni Mendoza; Juan Mateo es el apellido mío; de este me precio, Melchor. Juan Vázquez, un labrador, es mi hermano y es tu tío. No has de estar más en Toledo un hora; el vestido vino muy bien, que estás de camino. Señor, escucha. No puedo. A Alcalá te he de llevar porque dejes la ocasión que dicen hace al ladrón. Allí puedes estudiar. Hoy te has de ir, y antes que a Illescas llegues, quiero que conozcas casas pajizas y toscas, porque no te ensoberbezcas, que es el solar conocido de tu linaje en Hazaña. Mira, señor, que te engaña tu sospecha; este vestido me probaba. Ya colijo que me quieres engañar. Ven, que así ha de remediar el padre cuerdo al loco hijo. No me habéis de decir de no, si es cierto que mi vida estimáis, pues no consiste sino en el sí de vuestra honrada boca. La causa de quedarme aquí esta noche en vuestra casa, fue para pediros que remediéis mis males. Vuestra hija, su honestidad hermosa, sus virtudes, la fama que en la Sagra la hace Fénix, me obliga a que me maten sus deseos. Ya sabéis, en Illescas, mi prosapia, la hacienda y el valor de los Loartes; yo sé que si me dais a vuestra Juana por esposa, que al oro de nobleza el esmalte a mi sangre no le falta, pues la virtud de Juana será esmalte. Dudoso estoy; no sé lo que os responda. Por una parte los afectos miro con que os obliga amor, y sé su fuerza; por otro la notable diferencia de vuestro estado y mío; vos hidalgo premiado y estimado justamente del César Carlos Quinto, que Dios guarde; leal a su corona, como muestran el valor y la fe de vuestros hechos en las Comunidades de Castilla; piedra de toque donde el oro fino mostraron de su fe los más leales, y su dorada alquimia los traidores. Sois Francisco Loarte, al fin, que basta para decir que sois honra de Illescas. Yo, aunque cristiano viejo, en sangre limpio, soy labrador; mi casa y sus paredes, en vez de los tapices que en las vuestras adornan, se contentan con vestirse de cedazos, arneros y de trillos, y los doseles que mis techos cubren, horcas de ajos, pimientos y cebollas. No sé si llevarán bien mis parientes que, pudiendo casar con uno de ellos a mi Juana, la saque de sus quicios, que ya sabéis que el labrador sin raza, estima en más la tosca caperuza que el sombrero con plumas y medallas. Fuera de que mi Juana aún es muy niña y no la siento ahora con deseos de cautivar su libertad; dejadla crecer, y tratarélo con mis deudos, que entretanto podrá ser que se aplaquen esos primeros ímpetus, y libre, mirándolo mejor, queráis esposa con que se pueda honrar vuestro linaje, crïada en noble y cortesano traje. Juan Vázquez, aunque a Amor le pintan ciego, con ojos me ha dejado el que me abrasa, y aunque no sois hidalgo, poco menos es un honrado labrador. Leído he yo de mil señores que en las cepas de sus noblezas, sin perder su lustre, han enjerto sarmientos labradores. ¿Qué puedo yo perder, y qué no gano si sois el más honrado de la Sagra, rico y de sangre limpia? Yo sé cierto que si el sí me negáis, cortará en cierne la muerte el verde fruto de mi vida, y os llamará La Sagra mi homicida. Ahora bien, id con Dios, que yo os prometo que no quede por mí, señor Francisco, el daros ese gusto. Estos negocios de casamientos, es razón primero comunicarlos; yo tengo un hermano, mercader en Toledo, advertiréle lo bien que nos está; si me aconseja que ennoblezca mi casa, vuestra esposa será mi Juana. ¿Dentro de qué tiempo tendréis resolución? Yo iré a Toledo de semana sin falta; que esta noche voy, porque así mi Juana lo ha pedido, al monasterio de la Cruz en vela, porque su madre, viéndola muy mala, ofreció de llevarla allá y murióse sin cumplir la promesa, y Juana quiere que se cumplan los votos de su madre dados a Dios. Iremos como digo esta noche, por ser cuando se juntan de toda esta comarca mil devotos y van allá a velar con varias fiestas, y pediréle a Dios que, si nos cumple aqueste casamiento, le encamine, y si no que le aparte. Aquese tiempo, aunque se me ha de hacer eternos siglos, esperará el deseo entre balanzas de tímidos recelos y esperanzas. ¿Hémonos de ir, señor? Ya está ensillado y a caballo don Juan. Vamos; el cielo me cumpla este deseo por que pueda llamaros padre. Ya alegre colijo que honrará nuestras casa tan noble hijo. Quiere hacer un tapiz la industria humana en donde el arte a la materia exceda, y con su adorno componer se pueda la pared de la cuadra más profana. Matiza en el telar la mano ufana y mezcla hilos con que hermoso queda; pero entre el oro ilustre y noble seda entreteje también la humilde lana. Lo propio hace el amor, que mezcla y teje con la lana la seda, aunque más valga, igualando al villano con el noble. Noble yerno me da, no es bien le deje, que con mi lana y con su seda hidalga saldrá el tapiz de Amor curioso al doble. Aquí un huésped despedía; en extremo se holgará de veros. Grande estáis ya, hermosa sobrina mía. Mucho crecéis. Siempre crece la mala hierba. Otra fama de vos la Sagra derrama. ¿Cuántos años tenéis? Trece. Ya sois gran mujer. Hermano, ¿vos aquí? ¡Gran novedad! Aquesos brazos me dad. Después que sois ciudadano no nos queréis ver. Razón tenéis de reprehenderme. Llevóme a Toledo a hacerme mercader mi inclinación; mas no por eso me olvido del respeto y el amor que, como hermano mayor, os debo. ¡A fe que habéis sido de cuidado! Yo y mi Juana formábamos quejas ya y, a no venir vos acá, pensaba yo esta semana iros a ver a Toledo; pero ya que habéis venido, yo apostaré que no ha sido sólo a verme, si bien puedo decirlo. Tráeme el cuidado de veros, poner en orden, en los vicios y desorden de un hijo desbaratado. A Melchor llevo a Alcalá porque me pierde el respeto y anda, hermano, muy inquieto. Pues ¿enmendaráse allá? Sí, que ausente de su tierra, y faltando la ocasión, pondrá su vida en razón. Yo pienso, hermano, que yerra el que teniendo presente un hijo sin que se enmiende viéndole su padre, entiende que se ha de enmendar ausente. La presencia, hermano, honrada de un padre viejo es indicio que, si corre tras el vicio, le tendrá la sofrenada de su respeto y temor; mas ausentarle no es bueno, porque eso es quitarle el freno para que corra mejor. Hay en Toledo ocasiones notables. ¿Y faltarán en Alcalá, donde están dando los vicios lecciones? Mal sabéis el privilegio; que de una universidad el vicio y la libertad también tiene su colegio. Hermano, no os lo aconsejo. Por vuestro gusto me rijo. El tener al ojo su hijo es lo mejor, pues sois viejo; escoged mi sabio medio. Ése será más barato. Sabed, hermano, que trato de dar a Juana remedio. Después sabréis lo que pasa, y lo que me esté mejor me aconsejaréis. Melchor, ¿dónde está? Aguardando en casa. Pues venid, yo os daré luz de lo que os quiero decir. Tío, ¿quiérese venir con nosotros a la Cruz, a una vela? Sí, sobrina; que soy yo muy su devoto. Vamos a cumplir un voto. Es su inclinación divina. "Que la Sagra de Toledo mil fiestas hace a la Virgen de la Cruz, que es Virgen madre." "Que la Sagra de Toledo contenta envía vuestros hijos y devotos, Virgen María, y con fiestas y alegría van los lugares." "A la Virgen de la Cruz, que es Virgen madre." Este sitio me contenta. A mí esta hierba me agrada. ¡Famosa noche! ¡Extremada! ¿No veis cómo representa la noche morena y zarca su estrellada autoridad? Fanfarrona majestad muestra cuando, abriendo el arca, las estrellas saca afuera que adornan su aparador. Hízola el divino Autor del cielo la repostera. ¡Brava grita a fe! ¡Oh, bien haya la Sagra! ¿Éstos quién son? ¿Serán los de Torrejón? Vengan, darémosles vaya. "Norabuena vengais, abril; si os fuéredes luego, volveos por aquí." "Abril carialegre" "Muy galán venís." "El sayo de verde." "Muy galán venís." "La capa y sombrero." "Muy galán venís." "De flor de romero." "Muy galán venís." "Blancos los zapatos" "Muy galán venís." "Morados los lazos." "Muy galán venís." "Pues que sois tan bello, risueño y gentil..." "Nora buena vengáis, abril. Si os fuésedes luego, volvéos por aquí." Métete, Torrejón, con tus torrejas y mira que rebuznas cuando cantas. Ugena: guarda la cigüeña y calla, que tienes bien por qué; no me provoques a que te diga lo del campanario. Calla tú, Torrejón, aunque sin torres, que diré lo del Drago. ¡Hú, que te corres! Casa Rubillos viene y su concejo. Si el tamboril es suyo. No le toques, que del pellejo de tu madre se hizo. De tu mujer dirás, que es desollada. Daca el mercado donde todo un día vendiste solamente dos cebollas. Daca tú la cigüeña de tu torre, a quien saliste a recibir un día con danzas, procesión y monacillos, y enviaste al alcalde a convidarla con la casa del cura, pensando era alguna viuda honrada y forastera. Mientes tú y el mercado que socorres. ¡Hú, que te corres! ¡Hú hú, que te corres! ¿No sabremos por qué razón se llaman señores Torrejones los del Drago? Eso yo os lo diré. Vieron un día parado un coche orillas de un arroyo y, juzgando por pies las cuatro ruedas, alas las puertas y la lanza cola, como jamás hubiesen visto coches y el encerado fuese todo verde, creyeron ser dragón que se comía las mulas que tiraban, y tocando aprisa la campana del concejo fueron con chuzos a matar el drago, y viéndole después que le llevaban las mulas, y sabiendo que era coche, todos al fin cayeron de sus burras. ¿No es verdad esto, hermanos de las Torres? Todo es falso y mentira. ¡Hú, que te corres! No vi en mi vida más alegre noche. Como es la fiesta de quien presta rayos al planeta mayor y hermosa luna, que cuando el sol se ausenta es su virreina, no es mucho que sea clara y apacible. Sentémonos aquí, que hay lugar harto. Digo que el casamiento me parece honroso para todos, y entretanto que se conciertan, porque en una aldea no está segura de un violento gusto la honra frágil de una mujer moza, y un poderoso puede aprovecharse de la ocasión, la llevaré conmigo, pues en mi casa vivirá segura de esos peligros. Su virtud es tanta que adondequiera lo estará; mas sea lo que queráis, no viva en el aldea. Los de Hazaña han venido; dad tras ellos, que bien hay que decir. Eso no es justo. que viene allí la hija de Juan Vázquez, espejo de la Sagra de Toledo, y es tan honesta y agradable a todos que nos ha de obligar a callar. Bueno, pues ¿cómo habemos de pasar la noche? Ella referirá cuentos sabrosos que nos entretendrán; vamos a hablarla. Mantenga Dios la buena gente. ¡Y cómo que nos mantiene! Acá venimos todos a que nos cuente Juana una conseja, y par Dios que gustara de mi voto que mos dijera qué principio tuvo la fiesta de la Cruz a que venimos, y cada año celebra aquí la Sagra. Que me place por cierto. Sentaos todos alrededor de mí, que yo he sabido lo que me preguntáis con certidumbre, y os lo diré con gusto. ¡Oh! En siendo cosa de santos y de iglesias, en su centro estará su alegría. Oíd, que ésta es la historia y principio de esta fiesta. El vellocino de Aries pintaba sus guedejas con los pinceles de oro que el sol al mundo muestra, cuando en la humilde villa de Cubas, que aquí cerca sus términos dichosos alcanzan fama eterna, nació una santa niña de pobre y simple cepa; que suele hacer hazañas notables la pobreza. Inés era su nombre, su edad trece años era. ¡Notad todos qué moza y en la virtud cuán vieja! Un lunes venturoso en la apacible hierba con que los prados viste la hermosa primavera, Inés apacentaba junto a una fuente fresca los animales toscos que llaman de la cerda. Y mientras que pacían, postrada por la tierra apacentaba el alma con el precioso néctar de la oración sabrosa, haciendo por las cuentas devotas de un rosario con Dios y su alma cuentas. La Virgen sacrosanta, enamorada de ella, que siempre la humildad fue su mayor presea, cubierta del brocado y soberana tela con que la gloria adorna a los de su librea, cegándola los ojos la luz de su presencia, porque aquí los mortales a tales soles ciegan, la preguntó, "¿Qué haces aquí, carilla tierna?" Y alegre, aunque turbada, responde, "Hermosa hembra, guardo estos animales." "¿Por qué ayunas mis fiestas en viernes?" la pregunta. "Porque es bien que obedezca mis padres que lo mandan," responde. "Eres muy cuerda; mas desde agora gusto que el día en que la fiesta de mi Anunciación santa cayese, el mismo sea tu ayuno todo el año." "Mi voluntad lo aceta," la pastorcilla dijo. Y la gloriosa reina que nuestro bien procura, prosigue, "Ve a tu aldea, dirás a sus vecinos que hagan penitencia, porque mi Hijo, airado, abrasará la tierra antes de muchos días con grande pestilencia; y en fe de su justicia caerán del cielo piedras envueltas en la sangre que verterán sus venas. Desapareció entonces, dejando con su ausencia triste la hermosa niña, y no poco suspensa. Volviéndose a sus padres, esta visión les cuenta, mas tiénenlo por burla y a la niña aconsejan que no lo diga a nadie. Cumpliólo y, dando vuelta al prado al día siguiente, volvió la Virgen mesma como el pasado día diciendo, "¿Por qué dejas de hacer lo que te mando?" "¡Temo que no me crean!" responde la pastora. "Pues yo te daré señas con que de tus palabras ninguno duda tenga," dijo la virgen pura; y con su mano bella la diestra de la niña de tal manera aprieta, que la hizo dar un grito, con que pegados deja los cinco dedos todos la cruz, sobre ellos hecha. Oblígala a que vaya de aquel modo a la aldea y al cura y sus vecinos les diga la sentencia que Dios contra ellos daba. Desaparece, y queda la humilde pastorcilla gozosa, aunque suspensa. Vuelve a la villa luego, cuenta a gentes diversas las maravillas grandes que Dios hizo por ella. Mostrábales la mano, y aunque las fuerzas prueban para desapegarla, no basta humana fuerza contra virtud divina. Al fin van a la iglesia devotos y descalzos, y dentro de ella ordenan salir en procesión hasta la parte mesma donde nuestra patrona bajó la vez primera; llevaban una cruz, entre otras, de madera por ser para aplacar a Dios la mejor prenda, y al tiempo que llegaban a las cercanas eras Inés oyó una voz que dijo, "Aquí te acerca." Mandó parar a todos, la cruz toma, y con ella la voz divina sigue y del lugar se aleja. Volvióse a aparecer la madre de clemencia en el lugar que antes, y con la mano diestra tomó la cruz preciosa metiéndola ella mesma, hincadas las rodillas palmo y medio en la tierra. "Aquí, carilla," dice, "me labren una iglesia que sea de mi nombre, y tú irás luego en vela a mi querida casa de Guadalupe, y lleva para sanar la mano cuatro libras de cera." Dijo, y volvióse al cielo, dejando en el arena las plantas estampadas que el pueblo adora y besa. Sanaron los enfermos con los granos que llevan, fue Inés a Guadalupe, volvió la mano buena; labróse dentro un año la soberana iglesia, dejando la cruz santa del modo que antes puesta. Setenta y seis milagros la virgen hizo en ella, y entre ellos once muertos cobraron vida nueva. Hicieron una casa ciertas devotas dueñas, pegada con la ermita, donde después se encierran, y de Francisco santo el instituto y regla siguieron que su orden quiso llamar Tercera. Aquí la pastorcilla vino a ser abadesa, que la virtud preciosa al que es humilde premia; pero cómo es tan grande nuestra humana flaqueza, perdióse la virtud, cayó Inés la primera, apostataron todas y el monasterio dejan; que el más perfecto es flaco, y a Cristo Pedro niega. Mas como siempre el justo levanta si tropieza, que Dios la mano ofrece al flaco que da en tierra, Inés, arrepentida, dio tan notable vuelta, que admiran los rigores de su gran penitencia. Murió tan santamente, que las campanas mesmas, tañéndose, señalan que Inés con Cristo reina. Desde entonces, los pueblos de esta comarca y tierra las nueve apariciones a Inés en Cubas hechas por la amorosa Virgen, celebran y festejan con ofrendas devotas y piadosas novenas. Éste es todo el suceso y historia verdadera que me solía contar mi madre, que Dios tenga. ¿Vio el mundo mayor gracia? Bendita sea tu lengua; la leche que mamaste también bendita sea. A la misa del alba nos llaman de la iglesia. Pues vamos a la misa cantando todos. ¡Ea! "Que la Sagra de Toledo mil fiestas hace a la Virgen de la Cruz, que es Virgen madre." "Que la Sagra de Toledo contenta envía vuestros hijos y devotos, Virgen María, y con fiestas y alegría van los lugares." "A la Virgen de la Cruz, que es Virgen madre." De tu humildad y obediencia jamás, hija, imaginara mi gusto tal resistencia, a no mirar en tu cara de este engaño la experiencia. Siempre, aunque en vano, creí que, como en la cera, en ti mi voluntad se imprimiera, y que tu “sí” o tu "no" fuera solamente mi "no" o "sí." Mas mi desengaño llega a ver hoy cuán poco puede un padre que a su hija ruega, lo que callando concede y con ese llanto niega. ¿Tú llorar, cuando ese susto convertirle en gozo es justo porque el mío consideras? ¿Tú la hierba del sol eras siempre siguiendo mi gusto? No te espantes si me espanto en ver esta novedad, cuando te entristece tanto opuesta a mi voluntad con el "no" de un mudo llanto, que es justo mi sentimiento. Sobrina, este casamiento que os procuramos los dos es de la mano de Dios, y como mi hermano siento las muestras de ese pesar. Francisco Loarte es hombre con quien nos podéis honrar; mozo, rico, gentilhombre, y de su casa y solar ha ennoblecido el valor el César nuestro señor; y pues con su sangre hidalga quiere Dios que luzga y valga vuestro estado labrador, no me parecen discretos esos extremos. Verás, si te casas, mil efetos de gusto, y más si me das hidalgos y nobles nietos. Yo he dado ya la palabra a quien en el alma labra casa en que la tuya viva; ella también le reciba y alegre sus puertas abra, que si más lágrimas gasta el sentimiento presente y mis intentos contrasta, llamaréte inobediente; yo lo quiero y esto basta. Alza el rostro. ¿Cómo puedo, si la carga con que quedo de la palabra que has dado, sobre los hombros me ha echado los peñascos de Toledo? Darme, padre, la sentencia de mi muerte, y tus enojos tienen por inobediencia que llorando hablen los ojos cuando calla la paciencia. Dios la muerte que mandó darle su padre lloró, pero no fue inobediente; pues si Dios la llora y siente, ¿he de ser más fuerte yo? ¿Casarte es matarte? Sí, que si es la libertad vida y ésa la pierdo por ti, muerta soy, tú el homicida. ¿Quieres ver si esto es así? Pues del matrimonio advierte el nombre, substancia y suerte; hallarás por testimonio que si es cruz el matrimonio el casarse será muerte. Luego mi muerte publicas con el estado que a luz sacas, pues cuando le aplicas, siendo el matrimonio cruz, me casas y crucificas. Fuera de que no es igual nuestro labrador sayal con su terciopelo noble, y la palma con el roble juntaránse tarde y mal. Es ligero el elemento del agua en su propia esfera, como la pluma o el viento, pero si le sacan fuera pesa, porque está violento. En mi centro estoy; no quiera quien en él me considera que mi peso le derribe, que el pece en el agua vive y muere sacado fuera. Yugo llaman los que miran la vida de los casados y en sus coyundas suspiran justamente, pues atados del tálamo el carro tiran. Mas, porque no sean mortales las cargas que tantos males causan al siglo presente, para tirar dulcemente han de ser los dos iguales. Luego no te escandalices si me vieres resistir el yugo fiero que dices cuando pretendes unir tan desiguales cervices. Dame otro mejor estado que te alivie del cuidado que suele quitar el seso de un yerno mozo y travieso, jugador y mal casado; que todo esto lo aseguras con más noble cautiverio que es el que darme procuras. Méteme en un monasterio, donde entre vírgenes puras se alegrará mi esperanza, si a Dios por su esposo alcanza, y adquirirás nombre eterno. Padre, éste sí que es buen yerno sin pobreza, sin mudanza. En Santo Domingo el Real tengo una tía; la fama de este monasterio es tal, que toda España le llama paraíso terrenal. Conmigo ha comunicado mi tía el dichoso estado de las monjas que allí viven; sin dote en él me reciben. Dulce padre, padre amado, tío prudente, hoy los dos me habéis de dar este nombre, que no queréis, padre, vos darme por esposo un hombre cuando lo quiere ser Dios. Casi enternecido estoy; mil gracias al cielo doy que tan notable virtud en tan tierna juventud ha puesto. Tu padre soy; tu remedio he procurado, no tengo hijos, como ves, sino a ti; sola has quedado, nietos quiero que me des; ya mi palabra he empeñado. Nunca acostumbro quebrarlas las veces que llego a darlas, ni las hijas han de hacer, Juana, sino obedecer en llegando a remediarlas. Desde Madrid a Toledo con tal presteza he venido, que pienso que me ha traído otro artificio o enredo como el de Juanelo. ¡Lillo! Señor. ¿Y Francisco Loarte? Mañana de Illescas parte más ligero que un novillo cuando le sueltan del coso. Prestarále amor sus alas. Yo vengo con estas galas que envía el futuro esposo a mi sa Juana; un baúl queda abajo en el patín donde viene un faldellín de oro y damasco azul, que se le puede poner la mujer de un monseñor; ropas de todo color, cuyas colas pueden ser cola canóniga, o cola de una cátedra perdida de primavera florida; otra entera a la española. Probómela el sastre a mí, y aunque con barbas, me estaba tan pintada, que pensaba que con la suya nací. Tanto, que un gato aruñable, viendo mi tallazo y brío, dijo enamorado, "mío," que fue un requiebro notable. En fin, tantas galas vienen, que, cual novia, se engreía la mula que las traía. Parte de ellas se contienen en este tal canastillo o azafate; vuesarcé rompa muchas, porque dé estrenas al señor Lillo. Yo, Lillo, os las quiero dar en nombre de Juana, mi hija; recebid esta sortija. Déjete el cielo gozar y ver choznos que a la puerta te saquen, y a los reflejos del sol dejes nietos viejos. Hija, porque se divierta tu pena, las galas mira que tu esposo te ha feriado; que no hay tan grande cuidado en la que llora o suspira, ni con el gozo se iguala de ver una gala nueva, porque no hay tristeza a prueba del mosquete de una gala. Mucho a Francisco Loarte debes, sobrina querida; el ser desagradecida es crueldad. Quiero dejarte sola, que así mirarás en la razón, que es tu espejo, cuán bien te está mi consejo y alegre le cumplirás. ¡Ay de mí! ¿No vienes, Lillo? Cuando el sí nos hayan dado, vendrá ya más recatado que capa en el baratillo. Bien acompañados quedan los males en que me fundo entre las galas del mundo; mas no hará, por más que puedan, mella en el bien que acaudalo, pues por malas os señalo, y a las que nos dais veneno, decid lo que tenéis bueno, diré lo que tenéis malo. Vengamos al fundamento sobre que el mundo fabrica la máquina que edifica entre sus torres de viento. ¡Miren sobre qué cimiento labra la hermosura humana su presunción loca y vana! ¿Esto a la mujer no avisa que, si sobre corchos pisa, por fuerza ha de ser liviana? Con corcho el mundo os engaña, hermosuras españolas; ved cuál os traerán sus olas en corchos si sois de caña. Loca soberbia de España que el mundo has vuelto al revés, ¿con plata, que es tu interés, coronas chapines vanos? ¿Lo que afanaron tus manos es bien que pisen los pies? Líbreme el cielo de estado donde, como el indio necio, he de dar el oro a precio de corcho y papel pintado. Lástima tengo al casado, que si es su honor la mujer y en corchos la ha de traer, peligrosos son sus fines, porque honor sobre chapines a pique está de caer. Cadenas, si causa penas vuestro aparente tesoro, hierro sois, que no sois oro, pues yerra quien no os condena. Si hay prisión donde hay cadena y la prisión siempre es mala, ¿quién por buenas os señala? Vestidos que en el delito de Adán fuisteis sambenito, ¿del sambenito hacéis gala? ¡Ay Dios, que en tal cautiverio mi padre afligirme trate! El mundo es mar que combate con alas de vituperio. Nave será un monasterio si el cielo el paso me allana. Galas viles, no soy vana de vuestras galas; mi Dios, me adornad y vestid vos. Éstas son mis galas, Juana. ¡Ay cielos! ¿Qué es lo que he visto? Una voz divina oí y un saco pobre está aquí. ¿Cómo el contento resisto? Éstas son galas de Cristo y de Francisco librea, santo en quien Dios hermosea las llagas con el carmín, que el alado serafín en vuestras carnes emplea. Con tan soberana gala, ¿qué hermosura no tendrá el alma que os sigue ya y por vuestra se señala? Este cordón será escala con que desde el alboroto del mundo el cielo, aunque ignoto, y su gloria meta a saco, que aunque está roto este saco no le echaré en saco roto. El monasterio sagrado de la Cruz, Francisco mío, es vuestro y en él confío escapar del mundo a nado; ya el cómo y cuándo he pensado, aseguradme el camino, Seráfico peregrino, que dándome vos favor hoy tiene de hacer Amor un disfraz a lo divino. Infórmate tú mejor, que hoy lo he venido a saber. ¿El hijo del mercader? ¿El estudiante Melchor? Ése fue el mismo que viste saltar la noche pasada de tu casa ya escalada la pared. ¿A quién lo oíste? A quien ha visto rondalle, --hechos de tu agravio jueces los vecinos muchas veces--, estas puertas y esta calle. Pues no sabe que has venido nadie a Toledo, tu agravio puedes vengar como sabio antes de ser conocido. Aguárdale hasta que salga a rondar como acostumbra, cuando al Indio el sol alumbra, y entonces, sin que le valga fuerza ni industria, podrás, dándole muerte, vengarte y luego a Madrid tornarte, desde donde volverás dentro de un mes a Toledo, fingiendo que entonces llegas de Sevilla. ¡Ay, honras ciegas, que siempre os combate el miedo! Dime: ¿no será mejor darlos muerte juntos? Eso será pregonar su exceso. En cosas de honra, señor, por menos inconveniente se tiene el disimularlas que, por vengarse, sacarlas al qué dirán de la gente. Eres, en fin, más discreto que yo; buena es tu cautela. Muera el que mi afrenta vela y esté mi agravio secreto. Ven, y templarán mi furia tu presencia y mi esperanza, que no hay bastante venganza cuando es pública la injuria. ¿Hay tormento como un viejo, Julio, para un hijo mozo? Si esta noche no la gozo la mejor ocasión dejo que el amor me puede dar. ¿Vívese Marcela allí adonde fue Troya? Sí. Pues bien, ¿y hemos de tornar a saltar tapias huyendo de la justicia? Eso fue una vez. De allí quedé escarmentado. No entiendo qué nos conviene, Melchor. Busca en Toledo otra dama, que peligra así la fama y honra de doña Leonor, que vive junto a su casa, y piensa la vecindad que rondas más su beldad que a Marcela. Ponme tasa. Si sucediese saltar otra vez por sus paredes, y te vieren, ¿cómo puedes después, Melchor, restaurar el nombre y reputación que en dos años ha adquirido ausente de aquí el marido? Comiénzame a hacer sermón. Yo cumpliré el gusto mío; tema, Julio, el que es cobarde. Mi padre se acuesta tarde después que está aquí mi tío, y a mi prima intenta dar nuevo estado y nuevo dueño. Vestiréme al primer sueño, que aunque me obliga a acostar dentro su mismo aposento desde que mi inquietud sabe, de la puerta tengo llave. Fabio, por darme contento, en la sala más afuera podrá dejarme el vestido de color. Tú estás perdido. Podré, en fin, de esta manera, sin que mi padre lo sienta, salir en tu compañía, si gustas. Yo gustaría que comieses sin pimienta esta trucha salmonada. Julio, eso ya es flaqueza. Quiébrate tú la cabeza, que debes tener guardada otra en el arca. Yo iré con aviso. Y yo contigo. Fabio, el vestido que digo esta noche. Así lo haré. ¿Mi esposo en Toledo? Así me lo han dicho. Loca quedo. ¿Marco Antonio está en Toledo? ¿Mi esposo, sin verme a mí? ¡Ay, cielos, qué puede ser! No, Celia; mentira ha sido. Yo así lo hubiera creído si no hubieran visto ayer a Ludovico, señora. ¿No ha un mes que desembarcó en Sevilla y te escribió que vendría por ahora? Pues quien le vio en la ciudad bien le conoce. ¡Ay de mí, Celia, si eso fuese así! Alguna gran novedad sin duda debe de haber. ¡Ay sospechas! Vuestro miedo comienza. ¡Que esté en Toledo y no vea a su mujer! ¿No era doña Leonor de su honesto amor la fragua? Mas ha pasado mucha agua y habráse anegado Amor. Celia, ¿qué puede ser esto? Según lo que ha sospechado quien el recato ha notado con que anda, es manifiesto que alguna mujer le hechiza en Toledo. ¡Ay, amor ciego! Apagó el mar vuestro fuego, llevóse el viento en ceniza el rescoldo que su fe prometió conservar vivo. ¡Pobre de mí, que recibo celos de lo que aún no sé! Celia, a mí me importa hablar aquese hombre. ¿Para qué? De él dónde acude sabré mi esposo, y en qué lugar vive esta Leucote nueva de quien soy, Celia, celosa. No será difícil cosa hablarle. Ven y haré prueba del fiero mal que me abrasa, que si vivió con sosiego mi fe, los celos son fuego que echan al dueño de casa. La esposa que en los Cantares herida de vuestro amor, divino esposo y señor, por tan diversos lugares os busca, me hace atrever a que, disfrazada en hombre, ni el ser de noche me asombre, ni el temor que en la mujer es natural, la ley guarde del miedo que ya he rompido, porque amor hace atrevido el animal más cobarde. Casarme quieren, mi Dios, siendo cosa reprobada el ser dos veces casada y siendo mi esposo vos. Ya conozco vuestros celos, no os los quiero, mi Dios, dar; mi padre quiero dejar, que con humanos desvelos me impide el bien que publico, y por un mortal esposo un divino y poderoso me quita inmortal y rico. Sólo vuestro amor me cuadre, que si a mi padre dejé, en vos, mi Cristo, hallaré Rey, Señor, Esposo y Padre. El vestido de mi primo en hombre me ha disfrazado; la diligencia y cuidado importa, ya que camino, y del sol la clara luz a la noche ha dado treguas. No hay más de cinco o seis leguas desde Toledo a la Cruz, donde el instituto santo del Seráfico pastor tiene de abrazar mi amor. Vamos, pues; mas, ¡ay, qué espanto! Grillos me pone a los pies. ¿Qué dirá el mundo de mí? Si me sigue y halla así mi padre, ¿creerá después que servir a Dios ordeno, o que con tan nuevo traje voy a afrentar mi linaje roto a la vergüenza el freno? ¿Qué dirán los que en tal talle tuvieren de mí noticia? ¿Y qué dirá la justicia si así me topa en la calle? Honra, ¿qué dirán de vos? Mas ¿por qué mi temor fundo en el qué dirán del mundo si el mundo dejo por Dios? No seré yo la primera que con varonil vestido busque a Dios; otras ha habido que abrieron esta carrera. Una Eugenia en traje de hombre su casa y padres dejó, y con los monjes vivió, mudando en Eugenio el nombre; de modo que de su vida es la mía imitadora. ¿No fue una santa Teodora por hombre también tenida, hasta que después de muerta el mundo la conoció? ¿Por qué he de ser menos yo? Cerraré al temor la puerta, que el amor haga esta hazaña. En Hazaña me dio el ser Dios. Hazañas he de hacer; mas--¡ay cielos!--¿si me engaña mi loca imaginación? Una mujer que es espejo de su honor, sin más consejo, sin más consideración, ¿tiene de dejar así su fama? ¿No puedo yo ponerla a riesgo? Sí... no... pues... volveréme... no... si... Y si mi padre me casa, ¿heme de ir de noche obscura? Ésta es gran desenvoltura; Juana, volvamos a casa. Poco importa que te ensayes, amor, pues no te resuelves. Tente, Juana. ¿Dónde vuelves? Esfuérzate, no desmayes. ¡Jesús! ¡Qué notable fuerza sin ver a nadie he sentido que la vuelta me ha impedido! La voz sonora me esfuerza; ánimo cobro ya nuevo. Eterno esposo, ya os sigo, que, pues os llevo conmigo, suficiente guarda llevo. Si saliese de noche, Ludovico, el adúltero infame que me afrenta, verás de mis agravios la venganza satisfecha en mi honra mi esperanza. No creyera jamás lo que la noche que vimos dar asalto a tu honra y casa sucedió. Amigo, allí mi honor se abrasa. Tóledo al menos a tu esposa llama Penélope española en esta ausencia. No han hecho como yo ellos la experiencia. Bien puede ser que mi señora ignore sus injurias, y dé alguna crïada al que te agravia así en tu casa entrada, que a ser doña Leonor mujer liviana, saliera tu enemigo por la puerta, pues sin saltar pared la hallara abierta. ¿Cómo puede eso ser, si al saltar dijo, "Por Dios, que es bella moza, y que el marido dejó a riesgo un buen talle?" Estoy perdido. Aquí, amigo, cualquier discurso cesa. No hay disculpa bastante. Melchor muera, que sola esta disculpa mi honra espera. Desde el mesón donde encubierto posa le sigo recelosa de mis daños, que amor todo es engaños. Decio amigo, a la paga me obligo del cuidado y aviso que me has dado. En esta casa vive por quien se abrasa, que esta tarde hizo su amor alarde, preguntando quién la honraba habitando estas paredes. Tu Marco Antonio es, puedes por tus ojos ver claros tus enojos y recelos. ¿Que este es mi esposo? !Cielos! ¿De esta suerte mi amor se paga? ¿Es muerte al fin la ausencia? Ya miro la experiencia de mis daños. Firmeza de dos años combatida de la ocasión, ¿se olvida de este modo? Decio, piérdase todo. No des voces. Si mi rabia conoces, ¿qué te asombras? Noche, que en viles sombras favoreces traidores, bien pareces que te abscondes del sol, pues correspondes a quien busca la obscuridad que ofusca obligaciones. Estrellas, que a ladrones dais amparo; cielo con el sol claro que está ausente; luna, un tiempo creciente, ya menguante, a su amor semejante en la mudanza; paredes, que en venganza de la fama, con que el mundo me llama roca firme, ¿queréis por afligirme que os adore, mi esposo, porque os llore quien os mira? ¿Calles en quien ya tira mi locura piedras, que piedra dura no enternece el mal que me enloquece? Gran Toledo, en cuyos libros quedo eternizada por noble, por honrada, por coluna del honor; cielos, luna, sol, estrellas, paredes, rejas bellas, calles, puertas, mis sospechas son ciertas, mis recelos, mis tormentos, mis celos no hay sanarlos. ¡Cosa es el aumentarlos ya forzosa! ¡Señora! Ved si es cosa que se calle, cuando ronda la calle donde habita quien mi tormento incita. Ved si el hombre es bien que tenga de mudable el nombre. ¿Qué voces serán éstas? ¿No es Leonora la que se queja, llora y grita, cielos? ¿Si llora infames celos del que ha sido mi deshonra? Perdido estoy, ya es cierta mi sospecha. ¿A su puerta y a tal hora dando voces Leonora? Amigo, muera quien me ha ofendido. Espera. El cadahalso será esta calle. ¡Ah falso! ¿Esto has traído de las Indias que han sido tu Leteo? Con sus bárbaros veo que recibes sus ritos. ¿Qué caribes han trocado aquel amor pasado, que envidiaban cuantos la paz miraban, en que unidos, ejemplo de maridos Marco Antonio eras y testimonio? Pero miente quien tal afirma, y siento que aquél era acero. Tú eres cera y frágil caña. ¿Tú en España, en España? ¿Tú en Toledo sin ver tu casa, y puedo persuadirme que eres amante firme? ¡Ah, vil mudable! Nombre de varïable me das, cuando por verte, atropellando inconvenientes tantas provincias, gentes, tantos mares pasaron mis pesares; cuando, ingrata, al Potosí su plata, al mar sus perlas hurté, para ofrecerlas a tu gasto, viniendo al tiempo justo de dos años, que son de estos engaños larga tasa, y llegando a mi casa vi... ¿Qué viste? Que con tu fama diste y casto nombre en tierra. Vi que un hombre, con un salto de una pared, dio asalto a mi sosiego; vi que se alabó luego haber triunfado de ti y de mi cuidado. A tus paredes preguntar quién es puedes quien procura entrar de noche obscura; mas si agora a sus puertas, traidora, te he cogido, ¿por qué a mi enojo impido la venganza? ¿Disculpas tu mudanza de esa suerte? Esposo ingrato, advierte que en defensa de mi fama no piensa mi respeto mostrársete sujeto, aunque te llame mi marido. El infame que dijere, séase quien se fuere, que mi casa los límites traspasa que el honesto amor en ella ha puesto, y que por obra o pensamiento cobra detrimento mi fama, miente. ¿Miento yo que he visto tu liviandad? Si asisto en este traje no es por hacer ultraje a lo que debo. Decio diga si es nuevo en mí este exceso, que por tal le confieso. Yo he sabido que a Toledo has venido, aunque encubierto, por los amores muerto de una Circe, que así puede decirse quien te abrasa; y viendo que tu casa así olvidabas y a mí me despreciabas, te he seguido con Decio, que ha sabido tus quimeras. Si disculparme esperas con culparme, armas tengo; vengarme en ti confío, que por el honor mío, al propio esposo mataré. ¡Ay, engañoso cocodrilo! Las riberas del Tajo has vuelto en Nilo. Dejéle como digo en el retrete de la sala de afuera aderezado el vestido que saca cada noche; levantóse, y buscándole, no pudo hallarle, ni yo sé quién le ha tomado; en fin, que se volvió a la cama haciendo extremos y locuras de un furioso. No vi en mi vida cuento más donoso. Leonor, aquí no bastan las disculpas; Ludovico lo vio, no hay engañarse tantos ojos. Melchor, el estudiante hijo del mercader, por tus paredes entra de noche y sale; esto es sin duda. ¿Quién nombra aquí a Melchor? Escucha, Fabio. Hoy moriréis los dos. En el engaño he caído. Melchor fue venturoso en que le hurtasen el vestido, y éste es de doña Leonor esposo caro, que ya ha venido de Indias, y la noche que en casa de Marcela la justicia le obligó a que saltara sus paredes, nos vio sin duda; miren si saliera Melchor, ¡cuán venturoso hubiera sido! Dióle la vida quien le hurtó el vestido. Desengañarle, Fabio, es lo que importa. ¡Ah caballero! ¿Hay paso seguro? Si dice antes el nombre. Que me place. Julio me llamo y es un grande amigo del señor Marco Antonio. No hay ninguno aquí con ese nombre. Yo lo creo, pues por sí o por no, desengañaros quiero de una sospecha que os aflige. Melchor, de quien tenéis esos recelos, no os ha ofendido, ni hay en toda España quien se atreva a rendir la fortaleza que vuestra esposa bella ha conservado el tiempo que en Toledo os lloró ausente. Lo que ha pasado es esto: Melchor trata con una dama que pared en medio de vuestra casa vive, cuyo nombre es Marcela. Una noche tuvo aviso la justicia que estaban los dos juntos; entró a buscarlos y Melchor subióse á una azotea, desde donde viendo que le seguía un alguacil, fue fuerza saltar un tejadillo vuestro, y luego de él a la calle. Examinad si es cierto del alguacil Ayuso, y dad mil gracias a Dios y a vuestra esposa que merece otro nombre mejor del que os parece. Amigo Julio: ¿es cierto lo que dices? Yo acompañé a Melchor aquella noche. Quitó a mi amor tu aviso las tinieblas de celos que eclipsaban mi sosiego. Como el que duerme y tiene pesadilla, desde que entré en Toledo, Julio, he estado; despertásteme; en fin, ya he sosegado. Dame esos brazos, cara y dulce esposa, y echemos a los celos esta culpa, que no en balde los pintan con un ojo, y el otro ciego, porque vean a medias y engañan como a mi me han engañado. Ya todo lo daré por bien empleado. ¡Gran desgracia! ¿Qué es esto? Fabio. Amigo. Juana, sobrina del señor, la hija de Juan Vázquez, aquella que en Hazaña tantas señales dio de virtüosa... ésa falta de casa. ¿Cómo? Viendo que la forzaba el padre a que tan niña se casase, esta noche se ha ausentado, y a lo que dicen disfrazada de hombre; porque el vestido que Melchor tenía de color, no parece. Eso es sin duda, y hale valido el dar al primo vida, que a dejarle, ya estuviera muerto. Su padre está sin seso, su tío loco, y todos imaginan que se ha ido al monasterio de la Cruz, dos leguas de Illescas, a ser monja, que así dijo lo había prometido. Pues ¿qué intentan? Todos van en su busca. Y yo ¿qué aguardo? Extraordinarias cosas hemos visto en breves horas. Vamos, Julio, amigo, a mi casa, que quiero regalaros y que sepáis por experiencia el gusto que causa amor después de largos celos. Como el sol tras las nubes en los cielos. La alegre conversación facilita la molestia del camino; hablemos, pues, que aunque no hay más de seis leguas de aquí a Toledo, me cansa el verte que en todas ellas por contemplar a tu esposa no has despegado la lengua. ¡Ay! Que estas seis leguas, Lillo, me han parecido seiscientas, según el Amor da prisa al alma que nunca llega. Mas ya que en conversación quieres que las entretenga, vuelve otra vez a contarme de mi esposa la belleza, cuando las joyas la diste y la sabrosa respuesta que te dio su viejo padre, ya que la casta vergüenza de mi Juana enmudeció. De todo te he dado cuenta dos veces. No seas pesado. Contarételo quinientas. Llegó la señora mula con su badulaque a cuestas y el señor Lillo a las ancas hasta la espaciosa vega. Apeóse allí mi merced, y cuando llegué a la puerta de Visagra, alcé los ojos y vi el aguilucho en ella con sus dos cabezas pardas, y haciendo una reverencia dije, "Salve, pajarote, de toda rapiña reina." Entré por la calle arriba y a poca distancia, cerca de un barbero, vi una casa que, aunque algo baja y pequeña, el olor que despedía me confortó de manera que me obligó a preguntar si algún santo estaba en ella. Respondióme uno, "Aquí vive San Martín." Hinqué en la tierra las rodillas y creí sin duda que era su iglesia. Todo un Domingo de Ramos vi encima de una carpeta a la entrada, y dije, "Aquí fiestas hay, pues ramos cuelgan." Entré muy devoto dentro, vi mil danzantes en ella de capa parda bailando, ya de pies, ya de cabeza. Estaba sobre un tablero una gran vasija llena de agua con muchas tazas; lleguéme allá, pensé que era pila del agua bendita, metí la mano derecha mojando el dedo meñique y salpiquéme las cejas. Estaba allí una mujer más gorda que una abadesa, cura de aquella parroquia, una sobrepelliz puesta o devantal remangado, y, recogiendo la ofrenda dada al San Martín divino que estaba sobre una mesa, y debía de haber dado a otro pobre la otra media capa, porque estaba en cueros, dijo la mujer, "¿No llega, hermano?" "Ya voy," la dije. Saqué de la faldriquera medio real--que no doy menos en limosnas como aquéllas-- y tomando una medida me dio de sus propias venas San Martín la blanca sangre que hace hablar en tantas lenguas. Proseguí con mi camino. Saldrías de la taberna como sueles. ¿Cómo suelo? Calzadas con cinco suelas las tripas, en fin, llegué en cas de tu suegro. Espera. ¿Qué hay de nuevo? A pie y corriendo me parece que se acerca un muchacho hacia nosotros. Pues bien, ¿será cosa nueva ver correr a un caminante? No, mas la sangre me altera su vista. Pues ¿qué imaginas? Nada; sepamos qué priesa le obliga a que así camine. Sepamos en hora buena. (Mi Dios: alas me habéis dado con que como el alma vuela, el cuerpo que de los lazos del mundo se desenreda. No siento cansancio alguno; pero quien el yugo lleva de vuestra ley, Cristo mío, no se cansa, que no pesa.) ¡Válgame el cielo! ¿Qué veo? Lillo, ¿mi Juana no es ésta? Sí, que el retrato del alma su imagen me representa. Yo ser tu esposa jurara, a no tener por quimera que mujer tan recogida a tal locura se atreva. Mi querida esposa es, Lillo, prenda de mis ojos bella. ¿Adónde vais de ese modo? (¡Ay Dios! ¿Qué desdicha es ésta? Perdida estoy, dulce esposo. Si corre por vuestra cuenta el volver por vuestro honor y yo soy esposa vuestra, libradme de este peligro, que ha visto el lobo la oveja, y si no me guardáis vos os ha de quitar la presa.) Dadme, mi esposa, esos brazos, seré venturosa hiedra de tu cuello. ¿Hay tal suceso? ¡Juana mía! Mas ¿qué es de ella? Lillo, ¿qué se hizo mi bien? No sé, pardiós. O lo sueñas, o estoy cual suelo borracho, o hay brujas en esta tierra. Ella se ha vuelto invisible. Cara esposa, ¿así me dejas? (Mi Dios, bien sabéis burlaros de quien ofenderos piensa. Aquí estoy y no me ven; voyme, pues los ojos ciega mi esposo de estos perdidos. A fe, divina clemencia, que hacéis muy buen guardadamas.) Mi bien, mi querida prenda, ¿qué es esto? ¿Adónde te has ido? Dame esos brazos, no seas crüel conmigo. ¡Arre allá! ¿Adónde diablos te pegas? ¿A mí los brazos? ¿No ves que soy hembro y no soy hembra? ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? Señor, ¿si acaso las setas que comimos nos han vuelto boca abajo las molleras? ¿Qué Urganda nos ha encantado para enseñarnos quimeras semejantes? Si has leído a Urganda, ¿no se te acuerda del anillo de Brunelo con que Angélica la bella se hacia invisible? Par Dios que si tú Orlando ser piensas que te la ha dado a mamar. Primero que monja sea bañaré estas canas blancas en la sangre de sus venas. Todo esto merece, hermano, quien quiere casar por fuerza sus hijas. O ha de hacer lo que yo la mando, o muera, pues no obedece a su padre. Si por Dios los hombres deja, ¿quién la podrá persuadir a casarse? La obediencia. ¿No es éste Juan Vázquez, Lillo? Juan Vázquez parece; llega y agárrale, no se vaya, que el diablo se regodea con nosotros y se burla. ¡Hijo! Señor. Si deseas cobrar tu esposa, mis pasos sigue. ¡Ay Dios! Pues ¿quién la lleva? El deseo de ser monja le dio atrevimiento y fuerzas para disfrazarse de hombre. En la Cruz tomar intenta el sayal de San Francisco; mas no hará lo que desea mientras mis miembros cansados tengan vida. Ven, ¿qué esperas? No ha un instante que la vimos Lillo y yo de esa manera. ¿Cómo no la detuvistes? Jugó a la gallina ciega con nosotros, y acogióse invisible. En su defensa lleva a Dios, ¿qué mucho? Vamos. ¡Ay, Lillo, mi muerte es cierta! Ésta es la casa divina de la Cruz, en testimonio que la cruz del matrimonio que darme el mundo imagina menosprecio por la luz que la cruz de Dios me da, y así mi nombre será de hoy más Juana de la Cruz. Vuestras paredes sagradas beso, casa santa y rica, pues dentro de vos fabrica las piedras vivas labradas Dios, a poder de las llamas que el mundo en mi pecho ha visto, porque aquí tiene mi Cristo el cuarto real de sus damas. Quiero entrar, Francisco santo, donde con vuestra librea compuesta el alma se vea, y aunque no merezco tanto hacéis vos mi dicha cierta, pues os tengo por patrón; quiero ir a hacer oración, pues está la iglesia abierta. "Norabuena venga Juana a mi casa, que la tierra se alegra y el cielo canta." Músicos divinos, si mercedes tantas hace vuestro dueño a sus desposadas, dichosa mil veces y rica otras tantas la que sus deseos le ofrece y consagra. "Entra a desposarte con Dios, que te aguardan de Francisco santo las humildes galas." Temo justamente conforme a la traza y traje en que vengo que mis esperanzas no sean admitidas. Virgen soberana, pues por madre os tengo, allanad la entrada. "Paloma escogida, tu esposo te llama para aposentarte dentro de su alma." ¿Qué música celestial con maravilla tan nueva nuestros sentidos se lleva tras sí? (¡Dichoso sayal, cuyas entretelas son la seda y brocados finos de favores tan divinos! Ensánchese el corazón con tan venturoso estado.) ¡Oh música soberana! ¿Quién puede ser esta Juana a quien el cielo ha cantado motetes de su venida? (Ésta la prelada es de este convento.) Esos pies en quien consiste mi vida bese mi boca. Señor, alzad. ¿Eso habéis de hacer? Una mísera mujer os pide gracia y favor. ¿Vos mujer? Este disfraz de mi casa me destierra, donde el mundo me hizo guerra, y vengo a buscar la paz. A Dios, vuestro esposo, madre, di de mi dueño el renombre; quiso después, con un hombre, que me casase, mi padre; y por último remedio, con el vestido que veis, vengo a que ayuda me deis. Atrevido ha sido el medio; mas Dios, que todo lo allana, los estorbos allanó que el demonio me ofreció. ¿Cómo es vuestro nombre? Juana. (Éste es el mismo que el cielo con regocijos festeja.) Aunque confusa me deja y con notable recelo el veros, hija, llegar de ese modo, la intención, puesta ya en ejecución, es digna de ponderar. El alma me pronostica las virtudes que encubrís con que a enriquecer venís esta casa, que estáis rica de los bienes celestiales que en ella son menester. Hoy os hemos de poner las estimadas señales que Francisco nos dejó a las esposas de Cristo. ¿Cómo el contento resisto? ¿Cómo el gozo no salió a agradecer tanto bien por la boca y por los ojos? Ya cesaron mis enojos; cesó mi temor también. Aquí sin duda ha de estar; porque en este monasterio intentó desde la cuna ser monja. Permita el cielo que mi presencia la obligue a que, mudando deseos, no me dé triste vejez. Contadme los dos por muerto si no quiere ser mi esposa. Aquí está en el traje mesmo que sospechamos en casa cuando salió de Toledo. ¿Qué es esto, hija de mis ojos? Dulce esposa, ¿cómo es esto? Sobrina, ¿así nos dejáis? ¿Las canas de un triste viejo que te dio el ser y la vida desprecias? El corto tiempo que he de vivir, hija Juana, ¿es bien que viva muriendo? No me dio más hijos Dios; contigo vivía contento; en ti a tu madre miraba por ser tu rostro su espejo. Tú eras, si estaba triste, mi regalo, mi deseo, mocedad de mi vejez, de mi enfermedad remedio. ¿A quién dejaré mi hacienda si me dejas y te dejo? Mi muerte es cierta sin ti, pues vivo porque te veo. Hija, compañera, madre, que esto y más contigo tengo, ¿tu padre quieres matar? ¿Este pago será bueno? Sobrina: mirad que Dios quiere se haga el mandamiento de los padres, y que os manda que le obedezcáis al vuestro. Casada podéis servirle, que en el dulce casamiento del matrimonio mil santos os pueden servir de ejemplo. Esposa del alma mía, reina de mis pensamientos, mira que yo te di el alma; por el alma o por ti vengo. Si mis quejas no te obligan, si no te ablandan mis ruegos, en tu presencia he de darme la muerte, que estoy sin seso. Mi hacienda, mis padres nobles están, los brazos abiertos, aguardándote en Illescas; ¿por qué con tal menosprecio quieres que mi muerte lloren? Padre, a Dios por padre tengo. Tío, Dios solo es mi tío; Dios es mi esposo y mi dueño. Francisco Loarte, aquí determino morir; esto os tengo de responder. Dios lo quiere y yo lo quiero. Eso no; no quiere Dios que a tu mismo padre viejo mates, siendo tú el verdugo. Madres, perdonad si os llevo lo que es mi hacienda por fuerza. Señor: resistir al cielo es pecado. Has de venir, o haré locuras y excesos. Madres: ¿así me dejáis? Mi Dios, mi esposo, si es cierto que son de los malhechores sagrado asilo los templos, ¿por qué a mí no han de valerme? En sagrado estoy, ¿qué es esto? Mi Dios, Iglesia me llamo. ¡Aquí del rey y del cielo, que de la Iglesia me sacan! Francisco, el hábito vuestro ha de librarme esta vez. Cordón, sed vos mi remedio. ¿No sois vos embajador, Francisco, de Cristo mesmo, y el rey de armas de su casa, pues en vos las suyas vemos? De casa de embajadores no sacan a ningún preso; pues defendedme, Francisco, que os quiebran los privilegios. ¿Hay más virtud en el mundo? No quiera el piadoso cielo que de nuestra casa salga el tesoro que tenemos. Hermano: volved en vos, dejad injustos extremos. Dios por suya a Juana escoge; Dios quiere ser vuestro yerno. ¿Queréis vos ir contra Dios? No sé quién me ablanda el pecho y su dureza derrite; pero el Amor todo es fuego. No quiero a Dios ofender; suyo es todo cuanto tengo; sírvase con todo Dios, pues ya lo mejor le entrego. Mi bendición y la suya, hija, os alcance. Ya beso esos pies, agradecida. ¡Ay, Dios, cuán vanas salieron mis marchitas esperanzas! Sosegad, señor. No puedo ni podré mientras que viva. Vamos, hija, y os daremos el hábito venturoso de Francisco. Mi contento se cumplió de todo punto. Para que se cumpla el vuestro esperad todos un rato, y veréis a Juana presto adornada con las galas de su desposado eterno. Señor Francisco Loarte, aquí el más sano consejo es ver que, si Juana os deja, no es por otro hombre del suelo, sino por Dios; ya lo veis las ventajas que os ha hecho Dios, vuestro competidor. Dejadme, que no hay consuelo que mis tormentos aplaque. ¿Cómo un hombre tan discreto así se deja llevar del tropel de sus deseos? No puedo más, que estoy loco. Pues mi esposa hermosa pierdo, piérdase con ella todo: fuera vida, fuera seso: huyan los hombres de mí. Sosegaos. Soy el infierno, ¿cómo queréis que sosiegue? Hüid de mí. ¡Fuego, fuego! ¡Qué lástima! Sabe Dios lo que su desdicha siento; mas Él lo remediará, pues por su causa se ha hecho. ¡Qué alegre y compuesta salgo! Pedid, padre, a mi contento albricias. Éste es brocado, no es, padre, sayal grosero. Cristo es ya mi Esposo, tío, dentro del alma le tengo. Reina soy, porque Él es rey; vos, padre, veréis sus reinos. Las lágrimas a los ojos salen, mi Juana, al encuentro para darte el parabién del nuevo estado. ¡Y qué nuevo! El alma me ha renovado. De manera me enternezco que no puedo hablar de gozo; mas darte los brazos puedo. Padre y señor, esto baste, que estamos perdiendo el tiempo y reñiráme mi Esposo, porque es celoso en extremo. Ya no soy mía. Adiós, padre. La grande virtud contemplo que encierra este serafín. Grandes cosas de ella espero. Dadme los brazos y adiós. ¡Hija mía: que te dejo! Bien guardada me dejáis; en el cielo nos veremos. Madre Abadesa, si gusta vuestra caridad, pretendo dar sólo gracias a Dios por la merced que me ha hecho. Su maestra de novicias se la dará. Vuelva luego al noviciado. Sí haré. ¿Hay tal ángel? Es un cielo. Mi Dios, de casa soy ya; ya los huéspedes se fueron, aquí siempre ha de durar el pan de la boda eterno. ¡Qué de ello os he de servir! ¡Qué palabras, qué requiebros os piensa decir el alma! Mas--¡válgame Dios!--¿qué es esto? ¿Conócesme, hija mía? ¿Si estoy en mí? ¿Si no duermo? Vos sois mi Francisco santo, a quien por padre obedezco. ¿Y yo? Sois Santo Domingo, cuyos pies sagrados beso, por honra de nuestra España que dio tal Guzmán al suelo. El gran padre San Francisco, a quien por hermano tengo, y yo, Juana, competimos con amorosos extremos sobre cúya hija has de ser; yo, en mi favor alego que ser mía pretendiste en mi amado Monasterio El Real, que ilustra mi nombre y tanto estima Toledo, y a quien tan devota fuiste. ¿Esto, mi Juana, no es cierto? Sí, mi padre. Pues ¿qué esperas? Ven. Eso no, padre nuestro; ella se vino a mi casa, la posesión suya tengo. Ya se vistió mi pobreza, mía es; mas con todo eso escoja. En su voluntad su elección al gusto dejo. Niña, mi hábito recibe. Ya ves los santos que dieron hoy al mundo de mi orden. Ya sabes lo que te quiero. Este escapulario blanco es de la pureza ejemplo que a Dios su virginidad consagra. El hábito negro es el luto por el mundo, pues que para ti ya es muerto. La devoción del rosario que ves adornar mi cuello, de mi Orden es. ¿Qué aguardas? Paga el amor que te muestro con tomar mi hábito santo. Juana: aunque el mío es grosero, tú escogiste su humildad; mira cuál te agrada de éstos, que yo gusto de tu gusto, porque conozco tu pecho. Divino Predicador, perdonad si veis que dejo vuestra sagrada blancura por estos pobres remiendos; que, como las cinco llagas, aunque pobre, guarnecieron con sus rubíes el sayal de Francisco, es ya sin precio. Dios es mi esposo, Domingo; si a Dios en Francisco veo, para estar siempre con Dios estar con Francisco tengo. Vos sois mi santo, mi padre, mi refugio, mi remedio, mi regalo, mi descanso, y así vuestro sayal quiero. Mía ha sido la victoria. Yo estos brazos os ofrezco, mi carísimo Francisco, en señal del vencimiento. ¡Oh, soberana visión! Mi llagado, alegre quedo. Juana, holgaos; alegraos, Juana. ¿Hermana? ¿Madre? ¿Qué es esto? ¿Cómo da voces así? Guardará un año silencio, sin que a más que al confesor pueda hablar. Yo la obedezco. Del oro de su obediencia probar los quilates quiero. Confieso de esta mujer la virtud más excelente que puede en un alma haber, y confieso juntamente que mi verdugo ha de ser. ¿Ves lo que toda la casa la quiere? ¿Ves lo que pasa en su fe, en su mansedumbre? Todo me da pesadumbre, todo me inquieta y abrasa. Su humildad conmigo lidia; cuanto tú más la celebras más me cansa y me fastidia, porque todas las culebras me atormentan de la envidia. Dos años ha que tomó el hábito, siendo yo, por mi desdicha, maestra de las virtudes que muestra, y en ellas se adelantó de modo que, por mi daño, mi pesar cubro y engaño y en ella a Dios reverencio. Guardar la mandé silencio, y ya sabes que en un año no habló palabra. Si vieses lo que Dios por ella ha hecho, yo te digo que no hicieses esos extremos. Al pecho de su madre, de dos meses, la mostró en mil ocasiones el cielo revelaciones que te hubieran admirado a habérselas escuchado como yo en sus recreaciones. Desde que nació, los viernes ayunó; y a quien Dios da los favores que disciernes, ¿qué daño hacerle podrá tu pesar? No me gobiernes, que es la envidia pestilencia del seso y de la paciencia y temo... ¿Qué hay que temer? Que esta Juana me ha de hacer con su virtud competencia. Deseo ser abadesa, como sabes, de esta casa. Pues ¿de una recién profesa que en la cocina ahora pasa su vida, temes? Sí, que ésa mis intentos desvanece, porque al paso que ella crece, mi esperanza, amiga, mengua; no sé qué tiene en la lengua que cuando habla me parece que, a mi pesar, se levanta con el monasterio todo por ser su sencillez tanta y amarla todas de modo que ya la tienen por santa y no estiman mis lisonjas. Las virtudes son esponjas que las voluntades beben. Las suyas temo que aprueben de tal manera las monjas que, aunque me pese, la elijan por abadesa después; mira si es bien que me rijan mis pesares. No les des ese nombre, ni te aflijan, que es muy moza para eso. Donde hay santidad y seso hay vejez. Dices verdad. Luego no le falta edad, aunque es moza. Lo confieso; mas mira que viene aquí. Mis malas entrañas culpo. Que era la envidia leí de la condición del pulpo, que se está royendo a sí. Ya ha dos años, mi Dios, que entré contenta en vuestro real palacio por crïada; libros tenéis de cuenta en que la entrada del que os viene a servir, Señor, se asienta. Camino es esta vida, el mundo venta; en ella es bien que quede averiguada la nuestra, porque al fin de la jornada sepáis que soy mujer de buena cuenta. Después que vuestro pan, mi Cristo, como, os sirvo en la cocina, y no me ciega la bajeza y desprecio de este trato, Porque dice Francisco, el mayordomo, que quien en vuestra casa platos friega con Vos se asienta y come en vuestro plato. ¡Ay, soror Evangelista! Todo aquello es santo y bueno, pero para mí es veneno que entra al alma por la vista. Para mí es gloria. ¡Ay mi Dios! Caí, y háseme quebrado, el barreñón... ¡Ah tiznado...! ¿Mas que andáis por aquí vos? La orza quebró. Quisiera que el corazón se quebrara, porque quieta me dejara. Madre, no diga eso. Espera, verás lo que hace. Pues bien, ¿ha de alabarse el tiñoso que ha salido victorioso de Juana? Eso no, mi bien. ¿Queréis que el convento entienda lo para poco que soy, y digan que en él estoy para quebrarles su hacienda? No, mi Dios, que es el convento muy pobre. Esposo querido, aunque lo que agora os pido declare mi atrevimiento; a fe que me habéis de dar mi rota vasija entera. Aquí vuestra esposa espera. No me veréis levantar de la oración que os consagro hasta que os venza su instancia; que, aunque es de poca importancia, y es bien que cualquier milagro por grande ocasión se haga, en cosas pocas, Señor, se muestra más el amor, porque de todo se paga. San Benito, ¿no pidió a vuestro amor excesivo le sanásedes un cribo que a su amo romper vio? Yo, pues, también hago alarde de vuestra piedad divina; acabad, que la cocina me aguarda, mi Dios, y es tarde. ¿Has visto tal maravilla? Di, madre, ¿qué te parece? Así el cielo favorece a quien le sirve y se humilla. Espántame lo que he visto. Juana de la Cruz es santa. ¡Lindo amante hacéis, mi Cristo! Una cosa os he de dar por merced tan soberana que yo me sé. Soror Juana, ¿dónde va? Madre, a fregar. ¿No quebró ese barreñón? Pues ¿cómo está entero y sano? Lo que echó a perder mi mano sanó Dios en la oración, que hace milagros por ella al paso de la esperanza. Pues ¿qué tanto, hermana, alcanza con Dios? Diga ¿quién es ella para que a su intercesión se haga cosa importante? Vanagloriosa, arrogante, ya sé que estas cosas son hechicerías; ya sé quién es; álcese; ¿qué llora? Soy la herencia pecadora; no se espante si pequé. Deme los pies y perdone. ¿Los pies la había yo de dar? Besaré, pues, el lugar y tierra donde los pone. ¡Qué humildad tan soberana! ¡Ay, soror Evangelista! No hay quien mi envidia resista. Vamos. ¿Qué es aquesto, Juana? ¿Qué arrogancia es ésta vuestra? ¿Qué altivez y frenesí? Mas diréis que no es ansí. Pues lo dice la Maestra, verdad es; yo os sacaré la soberbia e hinchazón, cuerpo vil y fanfarrón, a azotes. Así os tendré postrado en este lugar hasta que la Madre os vea y que sois humilde crea dándoos los pies a besar; que no es en vos ahora nuevo esto de la gloria vana. Mas yo os castigaré. Juana. ¡Ay Dios, qué hermoso mancebo! El Ángel soy de tu guarda que he venido a consolarte. Yo propio he de levantarte. El temor que me acobarda viendo tan grande beldad, Ángel, no me deja hablaros, porque vuestros rayos claros, esa hermosa majestad me ciegan; que de los pajes sois vos del Rey, mi señor, que con tanto resplandor viste a quien tira sus gajes. Dichoso el que asiste allá libre de esta confusión; si tales los pajes son, ¿qué tal el Señor será? ¿Hay más extraña belleza? Pues la humana cortesía llama al señor señoría, y al príncipe y rey alteza. Desde hoy mi lengua procura, ayo mío venturoso, pues sois tan bello y hermoso, llamaros Vuestra Hermosura. Este título he de daros, mas no os habéis de partir, que ya no podré vivir, Ángel mío, sin miraros. Dios quiere que hables conmigo siempre que hablarme quisieres dondequiera que estuvieres, y como a hermano y amigo me veas y comuniques. ¡Gran favor! Ya mi paciencia llevará mejor la ausencia de mi Dios, cuando me expliques su celestial señorío, porque mis penas reporte la grandeza de su corte y su amor, custodio mío. ¡Qué gloria que he de tener! ¡Qué contenta que he de estar! ¡Qué de ello os he de tratar! Porque no hay gloria y placer para un alma que se abrasa en la ausencia de su amante, como hablar de él cada instante con la gente de su casa. Ésta en que estás te encomienda nuestra reina soberana; tú la has de gobernar, Juana, tu protección la defienda; que después que la pastora Inés se dejó vencer del mundo, como mujer, la reina, nuestra señora, a su hijo soberano pidió que al mundo envïase quien su casa gobernase; y su poderosa mano te crïó para este fin, conforme a su madre dijo Cristo tu esposo y su hijo. Aquí has de hacer un jardín de plantas, cuya hermosura la del cielo ha de adornar; aquí tienes de plantar el voto de la clausura, que por no guardarle Inés ni sus monjas se perdieron, aunque penitencia hicieron y se salvaron después. Hoy te harán, Juana, tornera. Ángel santo: no hay en mí bastantes fuerzas. Así lo quiere Dios. De Él espera ayuda y fuerza segura. A servirle me provoco, que todo se me hace poco yendo con Vuestra Hermosura. ¿Un hombre tien de llorar aunque le den más enojos? ¿No tienen los hombres ojos? Sí, sólo para mirar; no para que al llanto acudan, porque no es hombre el que llora. No lloran los míos agora, Llorente. Pues ¿qué hacen? Sudan. Cuando mi Elvira murió, que Dios haya, no lloré, aunque, como veis, la amé, porque con ella expiró el recelo que hace guerra al que una mujer percura guardar; que no está segura si no es debajo la tierra. Pero en tan triste ocasión, no os espante que me aflija de ver cuál está mi hija. ¿Por un mal de corazón habéis de llorar así? Mal de corazón ¿es barro? Si fuera tos o catarro no hubiera tristeza en mí; pero mal de corazón, ¿a quién no lastimará? Si habla siempre que la da más latines que un sermón, no es el dolor muy roín. Llorente, aqueso me espanta. Es vuesa hija estodianta y habla vascuence y latín, ¿y lloráis? Yo, por ventura, y no pequeña, tuviera que mi hija latín supiera y la viera después cura. Afirma el beneficiado que tien espíritos. ¿Cómo? Yo por eso pesar tomo. Pues ¿por dónde habrán entrado? ¿Por la boca o por la zaga? ¿No tien hartos agujeros una mujer? ¡Oh, fulleros! ¡Oste puto! ¡Zorriaga en ellos! ¿No habrá un remedio? Echadla una melecina de miel y de trementina hirviendo de medio a medio, y por no verse quemados por la boca se saldrán. Si en el infierno los dan huego con los condenados, y comen como avestruces brasas, ¿cómo han de temer ell agua? Hacedla comer media docena de cruces con su calvario, y veréis cómo se salen huyendo de la cruz. Sanarla entiendo presto. Ya os acordaréis de Juana, nuesa madrina. ¿La que es monja? La que espanta. Todos la llaman la santa. Es una mujer divina. Desque su padre murió, que habrá un año, no la vi; yo sé que en viéndome ansí, pues por su causa me dio Dios la hija que ya lloro, que ella me la vuelva sana. Queríala mucho Juana, y es la niña como un oro. No ha sido el remedio malo. Gil, yo os quiero acompañar. Venid, que la he de llevar de miel y leche un regalo. ¿Que así el diablo se zampuza en un cuerpo? Desde hoy quiero taparle el lugar zaguero con el sayo y caperuza. Aunque del coro me aparta el torno y la portería, bien puede hallarse María entre los brazos de Marta. El alma contemple y parta al cielo, pues con Dios priva, y el cuerpo, que es Marta activa, trabaje, que no hay lugar donde a Dios no pueda hallar la vida contemplativa. Yo me acuerdo, Jesús mío, que, a falta de otro lugar, mi iglesia era un palomar cuando estaba con mi tío. Lo demás es desvarío de perezosos ingratos, que los más sabrosos ratos donde el sentido se arroba es entre la humilde escoba, las rodillas y los platos. No hay lugar que me reporte a no buscaros, Señor, porque es piedra imán amor y siempre mira a su norte. ¿No dicen que está la corte donde está el rey? De ese modo a buscaros me acomodo en cualquier parte, mi Dios, que todo es corte con vos pues sois rey y estáis en todo. Tornera soy; ahora bien; entreteneos, alma mia, pensad que esta portería es el portal de Belén. Aquí pastores estén, aquí el buey, aquí el jumento. ¡Oh qué lindo nacimiento! Razón es que se celebre. El torno será el pesebre, las mantillas mi contento. Aquí la Virgen está. ¡Ay soberana señora! Mirad que mi Niño llora. Por mis pecados será; mas José le acallará, que como le está sujeto Cristo, le tendrá respeto; mas Juana, acállale tú. "¡A la mú, Niño, a la mú! ¡Qué bello que es y perfeto! " No lloréis, yo os haré fiesta, Niño de infinito nombre. ¿Quién os hizo mal? El hombre. ¡Oh bellaco! ¡Para ésta! ¡Qué cara, mi Cristo, os cuesta su golosina liviana! Dalde al Niño la manzana que tan mal provecho os hizo, que para Dios fue de hechizo, aunque la comistes sana. Ea, no haya más, Manuel, mi Pontífice, mi luz, juradle al hombre la cruz, que en cruz moriréis por él. Mi azucena, mi clavel, en vos contempla el sentido a vuestro amor reducido. Más grande mi dicha fuera si en el torno ahora os viera de veras recién nacido. Pero mi buena fortuna lo que deseaba ha visto. Mi Niño, mi Dios, mi Cristo, Sol de la virgen, que es Luna, ¿del torno habéis hecho cuna? Daros mil abrazos quiero, Pastor, Rey, León, Cordero. Buena ha estado la invención; mas finezas de amor son, que siempre fue invencionero. ¡Qué contenta me dejáis! ¡Qué de favores me hacéis! ¡Qué de ello que me queréis! ¡Qué de ello que lo mostráis! Acá os tengo, aunque os me vais; mas ¿qué es esto? La campana toca a alzar. Pues, ¿cómo, Juana, es bien que el ver vuestra vida en el altar os lo impida esta pared inhumana? ¡Ay quién pudiera partilla por ver alzar! ¡Ah, mi Dios! Todo es fácil para vos. ¡Ay Jesús, qué maravilla! Ensalzáis a quien se humilla. ¡Dichosa la enamorada, mi Dios, que os sirve y agrada! Ya se juntó la pared, y en fe de tanta merced quedará siempre quebrada una piedra. Esposo casto, mucho con vos medro y privo; mas--¡ay!--que es mucho el recibo, y poco o ninguno el gasto. Mucho me dais, y no basto a pagar aun las migajas de tan divinas ventajas; pero, perdonad, Señor, si, como el mal pagador después os pagase en pajas. Esto al servicio del Señor conviene. El padre provincial ha ya venido; noticia de la hermana Juana tiene. Por Prelada el convento la ha pedido. Yo acabo ya mi oficio, pues que viene nuestro Padre a visita, y persuadido está de la virtud que en ella mora; sin duda que la hará mi sucesora. ¿A una mujer que no tiene experiencia, canas, ni autoridad? No trate de eso que se me acaba, Madre, la paciencia. ¿Qué importan canas donde sobra el seso? La edad que más importa es la prudencia. Ella la tiene, autoridad y peso. Yo lo pretendo, y se me hace agravio. El padre provincial es cuerdo y sabio. Él mirará la que es más conveniente para regirnos. ¡Qué una hipocresía se me anteponga así! ¿Qué esto consiente el cielo? ¡Oh rabiosa envidia mía! Madre, al torno ha llamado alguna gente y entrar a hablarla dice que querría; que, como no hay clausura en el convento, siempre quieren entrar. ¿Hay tal tormento? (Presente está quien mientras tenga vida será mi muerte.) (Su humildad me espanta.) Entren, hermana. Voy. (¡Que ésta me impida ser Abadesa! ¿Hay desventura tanta?) Madre, ¿no echa de ver cómo es fingida toda aquella virtud? Juana es gran santa. Si lo contrario ven sus ciegos ojos, es porque son de envidia los antojos. Señora Juana, Gil soy. ¿No se acuerda de Gil y Elvira, de quien fue madrina? Voyme de aquí que temo no me pierda la envidia que me abrasa y desatina. Nuestra prelada es ésta, sabia y cuerda; sin su licencia no soy de hablar dina. Pues ¿cuál es la emperrada? Aquella vieja. La abadesa es aquésta. ¿La abadeja? Señora, aquí venimos a rogarla que mos haga merced de dar licencia a Juana para verla y para hablarla. ¿Hablarla? Como sea en mi presencia. Pues craro está; que no hemos de llevarla a Francia. ¿Como está su rabanencia? Mejor que yo merezco, Gil amigo. Muy fraca está, por Dios, también lo digo. ¡Jesús! No jure, hermano. Éste es mal uso. ¿Cómo no me pregunta por Marica, mi hija? ¿Cómo está? Vengo confuso. La más salada estaba y más bonica de toda Hazaña; pero ya rehuso el verla nadie, porque tien la chica espiritos, según dice nueso cura que la da con la estola y la conjura. Así la guarde Dios que mos los quite pues que sus oraciones oye, Juana. ¿Yo, hermano? ¿aqueso dice? Si permite mi Marica vuelva a casa sana os diabros se van al alcrebite donde Pero Botero los batana en su caldero, quedaré contento. Aquí la tengo fuera del convento. ¿Quién soy yo para hacer cosa tan grande? Ella puede sacarlos, no hay excusa. Soy una grande pecadora. Ande; que pues llegar aquí Marica rehusa, los espiritos la temen. Madre, mande que mos haga este bien. Estoy confusa. En virtud se lo mando de obediencia. Traigan luego la niña a mi presencia. No me lleven allá que pondré fuego a todas las esquinas de esta casa. Juanilla de la Cruz, estando ausente, las ánimas me saca de las uñas y me atormenta más que mil infiernos; pues ¿qué haré en su presencia? ¡Verá el diabro. ¡Qué de ello que forceja y refunfuña! ¡Que no os ha de valer, sucio avechucho! Dejadme, gente vil, que el tiempo pierde quien me intenta mover. ¡Ay, que me muerde! Medio brazo me lleva de un bocado. ¿Que también come el diabro carne, Crespo? Come huevos y leche y no tien bula, ¿y de eso os espantáis? ¡Huego en su gula! ¿A qué te allegas tú, di, amancebado con la mujer del herrador? Anoche bien sé yo dónde estabas escondido cuando vino de Illescas el marido. ¿Quién diabros se lo dijo? Si es el diabro, ¿quién se lo ha de decir? Yo os juro a cribas que yo os mire si estáis bajo la cama acechando otra vez. ¡Oh marrullero! ¿Así me echáis las faltas en la calle? ¿Adónde os apartáis? Llega y tiralle. ¿Qué ha de llegar, bodegonero triste; que en lllescas a un fraile diste un día grajos salpimentados y cocidos a real y medio el par, diciendo que eran palominos? ¿Las trampas del bodego comenzáis a decir? Pues no me llego. Dejadla, que yo haré con el ayuda de mi Esposo Jesús que no os deshonre. ¡Ah tiñoso! ¿Aquí estáis? Déjame, déjame. La cuerda de mi padre San Francisco os hará sosegar. ¡Ay, que me quema! Juanilla de la Cruz, quítale presto. Agora no hablaréis, diabro molesto. ¡Sal, maldito, de aquí! Ni tú ni el cielo no me podrán echar, que ésta es mi casa. Podrálo mi Jesús. Eso me abrasa. ¡Sal presto! vil Juanilla, ¡Aho, Llorente! ¿Los dimoños van cuando son mochachos al estudio? Sí, que también hay diablos estodiantes. Sal, padre de mentiras. ¡Idiota! ¿no me entiendes? Don de lenguas me ha dado a mí el señor. Mi poder menguas. ¡Vete al infierno luego! De noche bollos dice que la demos y saldrá. Buen espacio nos tenemos. Bollos y tortas le daré. No debe ser cristiano este demonio. ¡Cristiano había de ser! ¿Hay diabro alguno cristiano? Pues ¿no hay diablos bautizados? Así los llaman. Yo soy Juana, que ruega a su Esposo divino que permita librar el cuerpo de esta sierva suya. El cordón de Francisco ha de acabarlo. ¡Sal fuera! ¡Ay, que me abrasas, que me quemas! Yo saldré, mas ¡pára ésta, vil Juanilla, que te acuerdes de mí! ¡Gran maravilla! Llevalda, que ya el ángel condenado dejó a la niña libre. Gil, llevadla donde descanse y del desmayo vuelva. Haced después que sea gran cristiana. Dios se lo pague, amén, hermana Juana. El padre provincial, Madre, ha venido. Hermana Juana, vamos. Espantada voy de tanta virtud. Yo haré de suerte que nuestra casa y religiosas rija. ¡Oh, quiera Dios que el provincial la elija! Paso a Sevilla a la posta y ser vuestro huésped quise. De que los umbrales pise hoy de esta su casa angosta, vuestra majestad, se precia de suerte, que la comparo a los palacios que Paro labró a Constantino en Grecia. En ella otra Menfis pinto, pues ensalzan sus paredes las imperiales mercedes que hoy la hace Carlos Quinto. Basta, Francisco Loarte, que ya he visto vuestro amor. Si es propio de ti, señor, ennoblecer cualquier parte, no es mucho que hoy me ennoblezcas, pues tan adelante pasa mi ventura. Es vuestra casa de las mejores de Illescas, y vos un vasallo leal; memoria tengo de vos. Prospere tu vida Dios. Flaco estáis. No lo fue el mal que me ha tenido a la muerte. Pues ¿de qué fue? De desvelos; si de Dios puede haber celos, de él los tuve. ¿De qué suerte? El día que pretendí desposarme, se metió monja mi esposa, y dejó burlado mi amor. Sentí, señor, de modo el perdella, que ha ya cerca de tres años que lloro estos desengaños. ¿Era hermosa? Era muy bella; pero a su belleza gana su virtud, porque es de modo, señor, que este reino todo la llama la santa Juana. ¿Ésa es Juana de la Cruz; su patria, Hazaña? La propia. Son sus milagros sin copia. Ya me han dado de ella luz. Dos leguas está de aquí. ¿Quiere vuestra majestad ver en una tierna edad celestiales cosas? Sí. Noticia tengo, aunque poca, de ella. Lo que es más notable es que el espíritu hable de Dios por su misma boca. Tiene don de profecía y de lenguas; cuentan cosas, aunque ciertas, prodigiosas. Habla griego, algarabía, y latín, de la manera que si se hubiera crïado en cada tierra. Espantado estoy. Ya verla quisiera. Partamos luego. Ya están prevenidas postas. Ea, venid. Poco se rodea. Llamen al gran capitán. La envidia el alma me abrasa. Ya es sobra de pasión esa. ¿Juana, de casa abadesa? ¿Juana, prelada de casa, y mis partes, mi gobierno, mi pretensión despreciada? ¿Juana, de la Cruz prelada? ¡Ay, cielos! En un infierno estoy de envidia. No tome, madre, tan grande pasión. Las telas del corazón alguna sierpe me come. Ésta es hechicera; en ella hay, sin duda, algún encanto. ¿Por qué el Espíritu Santo había de hablar por ella? ¡Cómo finge! Es disparate; yo sé que está endemoniada cuando se queda arrobada cada punto. ¡Que la trate ansí! ¡Que eso diga! Pues, ¿no es el demonio quien habla tantas lenguas con que entabla sus pretensiones? ¿No ves el bastante testimonio que a todas os causa espanto? No es el Espíritu Santo quien habla sino el demonio. Disparate es escucharla. ¿Qué aguardo que no me vengo? Por el hábito que tengo que un lazo tengo de armarla con que, al paso que ha subido, caiga, siendo menosprecio del mundo. ¡Ay, intento necio para el mal siempre atrevido! ¿Quién a despeñarme viene? La envidia, ¿qué bien causó? Mas como me vengue yo no importa que me condene. Ángel santo, ¿yo prelada? ¿Yo de la Cruz abadesa? ¿Cómo ha de poder llevar tan gran carga mi flaqueza? Suplico a Vuestra Hermosura, pues asiste en la presencia de Dios, que alcance me quite la Cruz, que me oprime a cuestas. ¿Yo cuenta de tantas almas no pudiendo tener cuentas con la mía? ¿Por qué lloras? Juana, ¿es ésa tu obediencia? ¿Es bien que la voluntad de Dios resistas, que ordena que gobiernes esta casa? ¿No te crïó para ella? ¿No puedo ayudarte yo? ¿Conmigo ese temor muestras? ¿Es eso lo que me estimas? No haya más, Ángel, no sea lo que quiero; su Hermosura me anima, conforta, alegra y me quita mis pesares. Bien es que a Dios obedezca. Su esposa soy, este anillo me dió con su mano mesma, y los desposados suelen llevar el trabajo a medias. Pero, decid, Ángel mío, ¿cómo nunca me dais cuenta de vuestro nombre admirable? Razón será que le sepa, pues que somos tan amigos. Decidlo, que en la perfeta amistad, nunca ha de haber cosa oculta ni encubierta. San Laurel Aureo es mi nombre. Hízome la mano eterna de Dios de sus más privados. Dióme gracias tan inmensas, que el Ángel del Privilegio me llaman, y en verme tiemblan las infernales moradas que a mi nombre están sujetas. Yo fui el ángel de la guarda de David, rey y profeta, de San Jorge y San Gregorio, coluna de nuestra Iglesia. Mira lo que a Dios le debes, pues tu guarda me encomienda y a tales santos te iguala. Y en tu misma boca y lengua habla el Espíritu Santo, y hablará lenguas diversas por trece años, predicando su ley divina y excelsa. Su predicadora te hace. ¡Ay de mí! ¿Que he de dar cuenta de tantas prerrogativas? Quiera el cielo no me pierda siendo ingrata a tanto amor. No harás, porque la clemencia de tu Esposo y nuestro Rey te amó antes que nacieras. Tus súbditas vienen, Juana. Pues ¿cómo sola me deja Vuestra Hermosura? No son dignas que cual tú me vean. Siempre estoy, Juana, a tu lado. Carísima madre nuestra, ¡qué alegre está vuestra casa con prelada tan perfeta! ¡Ay madre!, en las entrañas os tengo a todas impresas. Gloria a Dios que la clausura ya nuestra casa profesa. Ya no hay salir del convento que, aunque es tal nuestra pobreza, Dios nos la remediará. Dejadlo a su providencia. Madre, una cosa venimos a suplicarla; no sea en vano nuestra esperanza por ser la cosa primera que sus hijas caras piden. Daros el alma quisiera donde os tengo a todas juntas. Pedid, pedid, norabuena. Las almas del purgatorio, después, madre, que por ella somos tan devotas suyas, nos causan pena sus penas. Pues nada la niega el cielo de cuanto le pide y ruega, pida a Cristo nos bendiga nuestros rosarios y cuentas, y que con su mano propia las toque y después conceda por su amor e intercesión perdones y indulgencias. Madre, no diga que no. La intención, hijas, es buena; yo lo comunicaré con mi Ángel. Ya se alegran nuestros corazones todos. ¿Adónde está la maestra? En el coro estaba agora. Dios, madre, las dé paciencia. Yo quiero dar bien por mal; vicaria quiero que sea del convento. (¡Qué virtud!) ¿A quien su muerte desea da el gobierno de su casa? Váyanse, pues, y no pierdan el tiempo; váyanse al coro. (Quien el dulce rato emplea en la conversación santa y doctrina de su lengua no le pierde.) Miren que hoy he comulgado, y me inquietan. Este ratico no más habemos de estar con ella. ¿Qué he de hacer, Esposo santo? Veros quiero y no me dejan. Pues yo te llevaré adonde no te inquieten, cara prenda. ¡Que se nos fue nuestra madre! Juana santa, madre nuestra, ¿por qué nos dejáis así? Vamos las dos a la iglesia y pidamos a su Esposo que a nuestra madre nos vuelva. ¡Soberana maravilla! ¡Gran milagro! ¡Cosa nueva! ¡Dichoso el convento y casa que tiene tal abadesa! Las almas del purgatorio te dan esas peticiones, porque con tus oraciones su refrigerio es notorio. Sus penas tu Esposo aplaca por ti, y a tal favor llegas, que a los por quien tú le ruegas, de entre sus llamas las saca. Ésta es de una que ha veinte años que está en su fuego mortal por un pecado venial, que uno solo hace estos daños. Ésta es de un grande de España que pide alivio y consuelo porque eres grande del cielo. Ésta es de un hombre de Hazaña y alega que es tu pariente. En fin, todas han ya visto que si es rey tu esposo Cristo, eres tú su presidente. Pues dice Vuestra Hermosura que por ruegos de su sierva de las penas les preserva que el oro de su fe apura, a mi Esposo rogaré por ellas. Cúmplelo así. Ningún mérito hay en mí; pero de mi Cristo sé que es amigo que le rueguen por modos extraordinarios, Ángel. Y de los rosarios, ¿qué me respondéis? Que lleguen cuantos tus monjas hallasen, que hoy los tengo de llevar al cielo, donde ha de dar perdones con que se amparen Cristo, Juana, los mortales, e inmensas prerrogativas, que es de suerte lo que privas, y tus virtudes son tales, que tu Esposo soberano cuanto pidas quiere hacer; Él los tiene de tener y bendecir con su mano. ¡Oh, qué alegres han de estar mis monjas con tal ventura! ¿Dónde va Vuestra Hermosura? Ya te vienen a buscar, y no quiero que me vean del modo que tú me ves. Aquí está. Dadme los pies, que ver mis ojos desean. ¿Así os vais y nos dejáis, madre? Día de comunión, no ha de haber conversación. Hijas, lo que deseáis el cielo nos lo ha cumplido. Mi Esposo bendecir quiere cuantos rosarios le diere; mi Ángel ha intervenido. Buscad muchos y vení entretanto que yo ruego a su Hermosura que luego los lleve. ¿Esta tarde? Sí. ¿Hay tal ventura? No quede en todo Cubas rosario que no venga. Extraordinario favor mi Cristo os concede. ¡Venturoso el desposorio donde me ha llegado a dar Dios tanto! Voy a rogar por las que en el Purgatorio, siendo mejores que yo, de mi intercesión se valen. ¿Qué mercedes hay que igualen a las que el cielo nos dió? Madre, el emperador y arzobispo de Toledo están en casa. (No puedo hablar de envidia y dolor.) A ver la abadesa vienen. ¡Válgame Dios! ¿Aquí están? También el gran capitán. Si el tiempo nos entretienen y la ocasión se nos pasa del bien que nos hace el cielo con los rosarios, recelo no se pierda. Si está en casa el César, haga traer los rosarios del lugar, que yo iré luego a juntar las monjas para irle a ver y recibir entretanto al emperador. Bien dice. (¡Que hasta el César autorice a Juana! ¿Esto no es encanto?) Avisen a la tornera que abra la portería. (Miente quien niega y porfía que Juana no es hechicera.) Éste es, señor, el convento donde está la santa. Aquí hoy, don Alonso, adquirí gustos que en el alma siento. Gonzalo Fernández, vos veréis de Dios el poder en una humilde mujer. Todo lo puede hacer Dios. Arzobispo, ¿han avisado que venimos? Sí, señor. Aquí está el Emperador. Mil veces sea bien llegado vuestra majestad a honrar esta casa, que ennoblece con su vista. Bien parece, hasta en el modo de hablar, la virtud que aquí se encierra y que es de Dios este celo. Levantaos, Madres, del suelo. Señor. Alzaos de la tierra. Dénos, pues, la santa mano, primado grande de España, por quien más alegre baña Tajo el muro toledano, de quien sois prelado y padre. A la posta el César viene por el deseo que tiene de ver hoy a vuestra madre. Haced cómo pueda vella y avisadla. Ya lo está; mas, ¿cómo, señor, saldrá, si está el espíritu en ella de Dios, que su lengua toca, dejándola transportada, sin sentido y elevada? Su devoción me provoca, y de esa suerte deseo verla. Bien, señor, podéis. ¡Qué de mercedes que hacéis, Señor, al humilde! Hoy veo la vanidad en que fundo de mis reinos las grandezas. ¿Qué importan honras, riquezas, la corona, el cetro, el mundo ni la púrpura imperial que cause soberbia tanta, si con Dios se nos levanta un remendado sayal? Hincad todos en la tierra las rodillas. No han podido todos cuantos han querido vencerme, haciéndome guerra, ni sus bélicos despojos ablandarme el corazón, y saca en esta ocasión una mujer de mis ojos el agua, que nunca han visto. Éstas sí, gran capitán, son hazañas. ¿Qué no harán, señor, soldados de Cristo? Hijo Carlos, por quien crece en el mundo la ley santa de mi iglesia, pues la aumentan tus nunca vencidas armas, oye atento lo que dice el mismo Dios, que es quien habla y rige agora la lengua de Juana, mi esposa cara: "Yo soy la tercer persona de la Trinidad beata, que en tres supuestos distintos es un Dios y una substancia. En pago del santo celo con que nuestro nombre ensalzas, hasta las Indias remotas, que en cielo convierte a España, te prometo de ayudarte tanto, que jamás tu fama borre el tiempo ni el olvido. Vencerás en Alemania los escuadrones soberbios del sajón que te amenaza, pervertido con la seta de Lutero, cual él falsa. Pondrán tus leyes su yugo en la cerviz indomada de Flandes, que te hace guerra sin advertir que es tu patria; tendrá a tu buena fortuna, y no imitadas hazañas, tal miedo el turco feroz que, volviendo las espaldas la otomana multitud, pisarán después tus plantas las lunas que enarboló la potencia solimana. Roma te abrirá sus puertas; Milán, Nápoles y Francia conocerán tus vitorias, y las cercas africanas de Túnez te llamarán, a su pesar, su monarca, dándole el rey que quisieres y él a ti tributo y parias. Y para que eches el sello con la más heroica hazaña, por la milicia divina, dejando la que es mundana, renunciarás en Filipo, hijo de mi iglesia amada, los reinos, púrpura y globo, y en Yuste verá tu España que las honras que ganaste las pisas, porque son vanas, pues si es mucho el adquirirlas mucho más el despreciarlas. A ti, Gonzalo Fernández, gran capitán, que en Italia dejaste en bronce esculpidos los blasones de tus armas, por tu católico celo el nombre que a tu prosapia dejas de Córdoba, haré famoso, honrando tu casa. El espíritu de Dios, que por la boca de Juana os habla, agora os bendice." ¿Quién no se admira y espanta? ¡Dichosa casa mil veces, y yo dichoso otras tantas, que tal maravilla he visto! Derretida llevo el alma. Avisadme, tesorero, para que limosna haga a esta casa. Yo la doy, por ser su pobreza tanta, el beneficio de Cubas. Tu largueza nos ampara. Yo la doy quinientos mil maravedís. Esos bastan para que un cuarto labremos. Vamos. ¡Ay, divina Juana! Si a España las armas honran, hónrelo también tal Santa. ¡Madres, albricias! Ya ha vuelto nuestra dichosa prelada del éxtasis, y la he dado cuentas, rosarios y sartas en gran copia. Aquí las tiene encerradas en esta arca, y dejándome la llave está en su celda postrada pidiendo a Dios las bendiga. Todo cuanto quiere alcanza de su Esposo. Ésta es la hora que ya el Ángel de su guarda al cielo las ha subido. Abramos agora el arca; veamos si están aquí las cuentas. Aquí no hay nada; pues nadie la arquilla ha abierto. Penetróla quien las saca, que todo lo puede Dios y por él su esposa santa. Vamos a ver nuestra madre; hermana. Vuelva a cerrarla. (¡Que no me dejes, envidia!) ¿No viene, madre Vicaria? Esposo de inmenso nombre, ¡qué importuna soy! ¿No os cansa lo que os pido? Pero no, que tenéis las manos largas. El ver benditas sus cuentas todas mis monjas aguardan. Hacedlas esta merced. Aquí está. Lleguen, hermanas, y hablémosla. Mas ¿qué es esto? Autor eterno de gracia, estos rosarios suplica vuestra esposa y tierna Juana bendigáis con vuestra mano. ¿No le ha visto echar, hermana, a Cristo la bendición? Miro maravillas tantas que no sé si estoy dispierta. ¿No ve cómo el Ángel baja y los rosarios la ofrece? ¡Oh, cuánto debe mi alma, Ángel, a Vuestra Hermosura! A estos rosarios, Juana, ha concedido tu esposo los privilegios y gracias que tienen los Quien rezare en ellos saca de penas de purgatorio cada día muchas almas, y gana tantos perdones como hay hojas, flores, plantas media legua alrededor de este monasterio y casa, y las indulgencias propias de Asís, famosa en Italia. Saldrán los demonios luego de los cuerpos con tocarlas. Librarán de enfermedades torbellinos y borrascas. La misma virtud tendrán las cuentas a estas tocadas. Todo lo concede Cristo, con tal que las que da el Papa se estimen como es razón. Ven, esposa soberana, adonde tu esposo veas. ¡Llevósela transportada! ¡Oh, milagrosa mujer! Son tus maravillas tantas, que no hay lengua que las cuente; para alabarte éstas bastan. En la segunda comedia, el autor, senado, os guarda lo que falta de esta historia. Suplid agora sus faltas.