Salen el REY y FILIPO Filipo, no hay mal que iguale al que padeciendo estoy; perdido, Filipo, soy, si tu ingenio no me vale. Gran Dionisio, rey segundo de este nombre, que has podido ser, por amado y temido, arbitrio solo del mundo; dime tu pena, señor, y si con la industria mía puede remediarse, fía de mi lealtad y mi amor. ¿Ha dado luz a tus ojos mi sobrina Aurora, hija de Dïón? Fue tan prolija la ausencia a que los enojos me desterraron de Egisto, que con tu padre privó, que jamás lo permitió. Bien se ve que no la has visto, pues ignoras la ocasión de tormento tan esquivo. Por ella y su padre vivo en la mayor confusión que contrarios pensamientos dieron a un pecho jamás. ¿Cómo? Oye atento y sabrás mis dudas y mis tormentos. Este reino de Sicilia es, como sabes, sujeto a injustas conspiraciones y alevosos movimientos. Bien lo muestran las historias, pues en los pasados tiempos y presentes violentaron tantos tiranos el cetro; fuera de que tengo indicios de que ya traidores pechos secretamente conspiran a privarme del imperio. Dïón es, cuñado mío, tan poderoso, que debo a su valor y prudencia la corona que poseo, y me la puede quitar; pues llegado a rompimiento, a la parte a que él se incline la vitoria le prometo. Es leal, mas si intentando gozar a Aurora, le ofendo, de su enojo y su venganza mi cierta rüina temo. Pues dejarlo de intentar no es posible cuando muero, aunque por ella aventure cuanto valgo y cuanto puedo. Fuera Aurora esposa mía si fuese posible hacerlo; pero tengo ya en Cartago tratado mi casamiento, en conformidad, Filipo, de aquel forzoso concierto que dio principio y firmeza a las paces de ambos reinos. Éstas, caro amigo, son las olas en que me anego; las confusiones son éstas en que dudoso padezco. De tu ingenio y amor fío. Sólo tu amor y tu ingenio de tan ciega tempestad me pueden sacar al puerto. Un engaño se me ofrece, que es importante remedio como a tu amor, al temor que los traidores te han puesto; y aunque no son los engaños dignos de reales pechos, en la guerra y el amor es permitido usar de ellos. Di; que no importa romper los más forzosos respetos; que más importa mi vida. Oye, pues, mi pensamiento. Hablan bajo. Salen DIÓN y POLICIANO, por otra parte Policiano, no podía, según vuestras partes son, la suerte en esta ocasión colmar la ventura mía mejor, que dando la mano vos a mi Aurora, de quien he estimado que también reconozca lo que gano. Sólo falta que le pida a su majestad licencia. Quien goza por su prudencia privanza tan merecida, noble Dïón, como vos, claro está que alcanzará cuanto pretenda. Aquí está el Rey. Policiano, a Dios; que a solas hablarle quiero. Como aguarda la sentencia el preso, yo la licencia en que está mi vida, espero. Perdona mi desvarío, Diana; que el ofenderte es violencia de la suerte, no elección de mi albedrio. Vase POLICIANO. El REY y FILIPO están hablando aparte sin reparar en DIÓN Y cuando después Dïón, como puede suceder, acaso venga a saber que le tienes afición a Aurora, dirás que ha sido invención y fingimiento; que pues importa al intento que le juzguen ofendido de ti, la traza mejor que hallaste de acreditar que le ofendes, fue mostrar que con ilícito amor solicitas la beldad de tu sobrina, por ser lo más fácil de creer de su hermosura y tu edad. De tu agudo entendimiento es la traza. Amor me guía. Él viene. De mi confía la ejecución de tu intento. Comienza, pues; que yo agora principio al engaño doy con Dïón. Al punto voy a hablar de tu parte a Aurora. Perdona, Dïón amigo, a mi obligación mi error; que estando loco de amor, no hablan las leyes conmigo. Vase FILIPO Dame, gran señor, los pies. Los brazos os quiero dar. En ellos he de aguardar que una licencia me des. El pedilla vos la abona, Desde agora os la concedo; que nada negalle puedo a quien debo la corona. Pues bien puedo, en confïanza de tan crecido favor, pedir albricias, señor, de su cumplida esperanza a Policiano, que a Aurora por esposa me ha pedido. A buena ocasión ha sido. Pariente, no es tiempo agora de casarla; que repuna a un intento que os diré con que asegurar podré firmezas de mi fortuna. El serviros es, señor, el primer intento mío. Escuchad, pues, lo que fío de vuestra lealtad y amor. Yo tengo, noble Dïón, indicios de que conspiran contra mi corona algunos poderosos de Sicilia. Es quererlo averiguar por términos de justicia difícil y peligroso. Difícil, porque no fían, de quien no sepa guardarlo, su secreto los que aspiran a empresa de tanto peso; demás que es cierto que estriban en su poder los traidores; y así es forzoso que oprima el temor a los testigos a que la verdad no digan. El peligro es que, culpando al inocente, podría irritarse de la injuria que en la sospecha reciba; y así ha de ser la cautela quien descubra su malicia, y sola vuestra lealtad el medio de conseguirla, fingiendo que vos también estáis a las cosas mías mal afecto; porque así los que mi fortuna envidian, si la esperanza de hallar aplauso en vos los anima, no dudarán descubriros la traición que solicitan. Y porque vuestra privanza y vuestra lealtad obliga a recelar que el engaño de nuestra intención colijan, iréis con tal prevención, que vuestra prudencia finja la ocasión con cada cual, según el tiempo lo pida, de estar quejoso de mí, dando colores tan vivas de verdad al fingimiento, que el intento se consiga de acreditar vuestro agravio; que yo iré de parte mía disponiéndolo también, según viere que me dictan los sucesos la ocasión. Mas esta advertencia misma lo ha de ser para que siempre que llegue de ofensas mías la nueva a vuestros oídos entendáis que son fingidas. Claro estaba; pero al fin esta prevención es hija del cuidado con que vive mi amistad agradecida. Sólo me resta advertiros, Dïón, que el fin a que mira este engaño, es conocer la traición, no persuadirla; porque si es cautela justa la que el delito averigua, no es justa la que ocasiona a emprenderlo a la malicia; y así habéis de procurar descubrir la alevosía con medios tan atentados y razones tan medidas, que sin irritar sepáis quien es el que ya conspira mas no quién conspirará, si vuestro favor le anima; que supuesto que sabéis que no son crueldades mías las que el nombre de tirano me han adquirido en Sicilia, sino haber mi padre y yo convertido en monarquía su república, adornando nuestras dos frentes altivas de su laurel, reprimiendo voluntades y osadías; si cuando borrar pretendo nombre que así me fastidia, ocasionara delitos, despertando alevosías, la falsa interpretación que al nombre tirano aplican de crüel, justificara en sus lenguas mi malicia. De ingenio son más que humano prevenciones tan divinas. Pero, ¿qué ocasión halláis en este intento, que impida el casamiento de Aurora? Olvidado se me había, por no ser el principal asunto de él mi sobrina. Precisa ocasión, pariente, a dilatarlo me obliga. Y es que me importa que sea la mano de vuestra hija freno de las voluntades; que como todos aspiran a sus bodas, tengo a todos con una esperanza misma deseosos de obligarme; que mientras no se averiguan los traidores, quiero así que sus intentos reprima; porque si dándola al uno, los demás se desobligan, recelo que llegue el daño antes que la medicina. Basta, señor, no replico; que como el fin se consiga, para asegurar la vuestra, consagro alegre mi vida. Con esto a vuestra amistad deberé otra vez la mía, y su quietud y su rey a vuestra lealtad Sicilia. Vase el REY Al fin la razón de estado ha de vencer, que es forzoso, a todo. Sale POLICIANO ¿Soy ya dichoso, Dïón? Soy yo desdichado. ¿Cómo? ¡Ay de mí! La licencia me negó su majestad. ¿Cuándo vuestra voluntad ha hallado en él resistencia? Agora. ¿Pues a Dïón se puede el rey oponer? ¿Ignora vuestro poder? ¿Olvida su obligación, o mis méritos desprecia? No penséis, con ser quien soy, que tanto crédito doy a mi confïanza necia, que intente mi calidad igualar con la de Aurora; que nadie humano me ignora, nadie la ignora deidad. Mas si nadie la merece, y alguno la ha de alcanzar, ¿quien mejor puede aspirar al bien que su mano ofrece, si ha abonado mi valor vuestra elección, y si oí de su hermosa boca un sí, que es el mérito mayor? Ni vuestro merecimiento duda el rey, ni mi poder. Causa debe de tener bastante su pensamiento, que ni entiendo ni examino; que de ser examinado hace al rey exceptüado lo que tiene de divino. Sólo entiendo, aunque tan mal me esté, que su gusto es ley, Policiano; que él es rey, y yo vasallo leal. Esto, en efeto, ha de ser. Sabed sufrir, si sois cuerdo. Si gloria tan alta pierdo, ¿qué me queda que perder? ¿El rey a vuestros deseos se ha de oponer ni a los míos? Pues yo solo tengo bríos para hacerle... Deteneos, callad, no os precipitéis. Tened, tened sufrimiento; que sólo de vuestro intento es dilación la que veis. Aguardad, pues. No quisiera que, de la pasión vencido, arrojado de ofendido, en deslealtad incurriera; que el rey me mandó poner en lo que he de averiguar medios para examinar, no lazos para caer; y así es conforme a razón que cuando agraviar se ve, yo la prevención le dé, pues le he dado la ocasión. Vencibles dificultades no son hados soberanos, ni los motivos humanos se informan de eternidades. La causa que hoy os impide, mañana puede cesar. Si el dilatar no es negar, quien dilata no despide. Ser prudente es ser sufrido. Advertid que os aconsejo, como amigo y como viejo, que ni excedáis ofendido, ni atrevido os arrojéis; porque si habláis libremente, más que ganastes prudente, impaciente perderéis; que si nos toca a los dos el daño, no os muestro mal, pues contra mí soy leal, que lo seré contra vos. Ni sabe el amor ser cuerdo, ni el loco sabe temer. Sicilla se ha de perder, vive Dios, si a Aurora pierdo. Vanse los dos. Salen RICARDO y DIANA Es sin remedio mi pena; no hay consuelo en mi pasión. Ricardo, ¿cuál ocasión tanto de ti te enajena? ¡Ay, querida hermana! Aurora, a quien adoro, la mano de esposa da a Policiano. ¡Ah, traidor! Mira si llora quien la pierde enamorado justamente. ¿Luego está hecho el casamiento ya? No, pero está concertado; que basta para perder la vida con la esperanza. No se queje si no alcanza quien no se atreve a emprender. ¿Quién hubiera más favor que tú, Ricardo, alcanzado, si te hubieras declarado? ¿Y más pudiendo tu amor tenerme a mí por tercera, pues tantas veces estoy con ella, y sabes que soy en su amistad la primera? ¿A quién la diera mejor, si se la hubieras pedido, que a ti su padre? He querido merecer de ella el amor antes que el consentimiento de Dïón. Necio anduviste, pues por concierto pudiste dar vida a tu pensamiento. Temí quedar desairado, si de ella no era admitido; que se arrepiente corrido quien no alcanza declarado. Querer por amor vencerla tu silencio disculpaba, mientras no te amenazaba el peligro de perderla; mas hoy que ve ya tu amor malograr tu pensamiento, mátete el atrevimiento, si ha de matarte el temor. Hablando vas a ganar, callando sólo a perder; ¿qué le queda que temer al que ya se ve matar? El que llega a estar cercado de ejército numeroso, a los que huyó temeroso, acomete despechado. Declara a Dïón tu amor, a Aurora tu sentimiento, al rey tu amoroso intento, y válgate su favor, pues le tienes obligado, en tan urgente ocasión, si se excusare Dïón con lo que tiene tratado; y si con esto los daños que te amenazan no impides, la guerra permite ardides, y el amor perdona engaños. Con trazas y fingimientos procura el bien que mereces; y si tú, porque padeces tormenta de pensamientos en el golfo de tus males, no discurres, yo, que soy mujer y en la arena estoy, ¡Pluguiera a los cielos!, tales trazas y enredos, hermano, sabré hacer, si lo permites, que de la mano le quites la esperanza a Policiano. ¿Que permita es menester lo que yo te he de rogar? Dïana, ¿puedo negar lo que debo agradecer? Traza a tu gusto, dispón mi remedio a tu albedrío. Pues déjalo a cargo mío, Ricardo, y habla a Dïón. ¿Como lo piensas trazar? Pues que te fías de mí, no me examines. De ti yo quiero todo fïar, pues conoces, cuando estás de mi tormento advertida, que a tu hermano das la vida, y a ti un esclavo te das. Vase RICARDO ¿Así se pagan finezas? ¿Así se premian lealtades? ¿Así desmienten verdades los que prometen firmezas? ¡Ah, traidor! ¡Ah, fementido! ¡Ah, engañoso Policiano! ¿A Aurora has de dar la mano que a Dïana has prometido? No lo sufrirán los cielos; primero te abrasarán las llamas de este volcán que arroja rayos de celos. Sale ELISA ¿Qué es esto, señora? Es pena, dolor, sentimiento. Cuanto escuchas es tormento; todo es rabia cuanto ves. Ofensas me tienen loca, muerta me tienen agravios; la vida tengo en los labios, el alma tengo en la boca. En el pecho Mongibelos, fieras en el corazón; y en fin, tormentos que son mayores, que tengo celos; y para que en tantos daños ni esperanza pueda haber, no se contentan con ser celos, que son desengaños. Ese injusto, ese traidor, ese crüel Policiano a Aurora le da la mano que debe a mi firme amor. Mira, Elisa, si me ciega con razón el sentimiento, no llegando el sufrimiento donde el sentimiento llega. ¿Quién creyera tal mudanza de su firmeza jamás? Ven conmigo. ¿Adónde vas? A disponer la venganza, ya que no el impedimento. No provoques el rigor de Ricardo. De su amor se valió mi atrevimiento porque en Aurora le alcanza igual desdicha, y así a restaurar me ofrecí con enredos su esperanza. Vino en ello; y con color de que remedio sus daños, ha de tener por engaños las verdades de mi amor. De esa suerte vas segura. Nada temo su crueldad; que el amor es ceguedad, y los celos son locura. Vanse las dos. Salen FILIPO y TURPÍN Advierte que me conviene que me avises luego, en viendo que viene Dïón. Ya entiendo. ¿Cómo? ¿No es fácil, si tiene tanta hermosura mi ama? Engáñaste; que jamás la he visto. Pues estarás enamorado por fama; que es muy señoril acción a una famosa beldad amarla por vanidad, más que por propia afición. Hombre conozco yo aquí que lo tiene por oficio. De poco seso da indicio. Pero no sucede en mí lo que piensas. O querrás andar muy cauto conmigo. Pues de tu mayor amigo confïar no debes más que de mí. Buen desengaño puedo dar de mi sujeto. No guarda mejor secreto un ministro el primer año. Criado de Aurora soy, y eres tú del rey su tío privado; y así confío que si de tu parte estoy, en cualquier caso podré asegurarme del daño; y en ti con esto es engaño formar dudas de mi fe, si yo te puedo servir. Sobre un intento secreto vengo a hablarla, y te prometo que a podértelo decir, duda en tu fe no pusiera. Sólo por ver si le obligo a ser liberal conmigo le estoy sacando a barrera. ¿No puedo saberlo al fin? Imposible cosa es. Pues juro a Dios que después, pues recelas que Turpín no será buen secretario, si sé que a Aurora deseas, aunque más privado seas, me has de tener por contrario. Quede así, y haz lo que digo, Turpín; que importa el cuidado. Entrar puedes confïado, pues a tenerlo me obligo. Mal entiende mi deseo. Doyle otro tiento. Quisiera que adviertas que no lo hiciera sino por ti. Yo lo creo. Vete, vete. ¿Que obligaros no es posible a mi intención? Pues si viniere Dïón ¡vive Dios! de no avisaros. Vase TURPÍN. Salen CAMILA y AURORA, por otra parte. Filípo se queda retirado En fin, ¿negó el rey, señora, a tu padre la licencia? Mejor dirás la sentencia contra la vida de Aurora; pues contra mi gusto hiciera estas bodas, de obediente a mi padre solamente; y confieso que si hubiera declarado la afición que tan secreta ha tenido, y a los labios atrevido las penas del corazón Ricardo, pasara yo con el más alegre vida; que me tiene agradecida, ya que enamorada no. ¿Agora sales con eso? Nunca, antes que diera el sí a Policiano, sentí lo que agora te confieso; pero después que llegué a juzgarle esposo mío, violentado mi albedrío, de Ricardo comencé a hacer más estimación, y a pensar que hiciera empleo mejor en él; que el deseo despertó la privación. ¿De suerte que no es amor el que tienes? Comparado con Policiano, he juzgado que merece mi favor Ricardo; pero sin eso, aunque no me desagrada, no me siento enamorada, si obligada me confieso. Mas, ¿quién está aquí? Persona parece de calidad. Su compuesta gravedad sus nobles partes pregona. ¿Qué querrá? ¿Y cómo ha llegado, sin avisar, hasta aquí? Sepámoslo; que es ya en mí la curiosidad cuidado. A cualquiera puede dalle cuidado y curiosidad. Y más si su calidad se conforma con su talle. Del rey alienta el deseo favorable la ventura, pues dice ya esta hermosura que es Aurora la que veo. Hasta saber el intento de llegar adonde veis sin licencia, no culpéis, señora, mi atrevimiento; que de la misma ocasión echaréis de ver que ha sido forzoso ser atrevido para lograr la intención, si no me engañan, señora, los ojos, cuando asegura la fama de esa hermosura que sois la divina Aurora. Menos esa adulación, soy Aurora, y ya deseo de la novedad que veo escucharos la ocasión, y saber quién sois. Yo soy Filipo, del rey crïado, si valido, no privado; porque a vuestro padre doy solamente este lugar. Ya por fama os conocía, y a mi piedad algún día debieron más de un pesar los que os hizo la Fortuna. Ya ha cesado su rigor, y ya con ese favor no temo mudanza alguna; que esa beldad... Pensamiento, ¿dónde vuelas? ¿Dónde vas? ...si he de decir lo demás que causó este atrevimiento, aparte habéis de escucharme, porque el caso lo requiere. Por si mi padre viniere, Camila, para avisarme, pues su esquiva condición conoces, ponte en espía en esa ventana. Fía tu cuidado a mi atención. Vase CAMILA Ya estamos solos, hablad. Señora, si del Amor no habéis probado el rigor, al menos su ceguedad por fama habréis entendido... Y ya, ¡triste yo!, la mía con importuna porfía mi corazón ha rendido. Inútilmente pretendo resistir; el rey lo erró cuando de mí se fio; que debiera, conociendo tan soberanos despojos, para evitar sus agravios, dar comisión a los labios, sin concederla a los ojos. ¿Qué os suspendéis? ¿Cómo puede dejarse de suspender quien os ha llegado a ver? ¿Cómo queréis que no quede absorto, señora, en vos, si es Dios la misma hermosura cuando goza mi ventura en la vuestra tanto Dios? ¿Es éste acaso el secreto que tenéis que hablarme? No: aquí, señora, causó vuestra beldad este efeto. Otra, Aurora, es mi intención; mas cuando son desiguales los impulsos naturales al poder de la razón, no gobierna el albedrío; que si en corrientes de plata al caminante arrebata bramando el furioso río, de su jornada se olvida; y sólo en peligro tal con afecto natural trata de escapar la vida. Así yo, puesto que atento a otro fin os entré a hablar, en llegándoos a mirar, con ímpetu tan violento me vi anegar en abismos de hermosura, que forzado de su poder, y olvidado de mis pensamientos mismos, al deciros la ocasión porque os vi, con furia loca me arrebató de la boca las palabras la pasión. Y así, mi error perdonad; que en el primer movimiento, ni juzga el entendimiento, ni elige la voluntad. Tente, pensamiento mío; que previene ya el temor en halagos del amor ofensas del albedrío. Injusta desconfïanza mostráis en tan justo efeto; ni la hermosura es defeto, ni es injuria la alabanza. Y si el ver encarecida su belleza tanto agrada a la mujer, obligada me juzgad, y no ofendida; si no es ya que la intención que declararme queréis, es mi ofensa, y pretendéis, temiendo mi indignación, reprimirla; y prevenido, con alabarme habéis hecho, Filipo, prisión del pecho la lisonja del oído. No, señora; no el veneno he querido disfrazar; que en lo que os vengo a tratar solicito gusto ajeno. Tan contra mí, que podéis colegir, viéndome tal, que es lo que me está más mal que mi demanda otorguéis. Del rey bellísima Aurora, vengo a vos por mensajero; de su afición soy tercero, y de que ciego os adora, testigo, si es menester para probar su afición mas notoria información que saber que os llegó a ver. ¡Ah, cielos! Yo soy perdido; que Aurora no se ha enojado. Engañóse mi cuidado. ¡Qué presto ha desvanecido mi esperanza! Pero, ¿cuándo, loco Amor, los gustos das más firmes? ¿No decís más? ¿Que más? Estoy aguardando a saber si es el intento de mi tío ser mi esposo. Él fuera en eso dichoso mas tiene su casamiento en Cartago ya tratado. ¿Luego pretende su amor su gusto en mi deshonor? Es rey y está enamorado. Bien decís; lo mismo es enamorado que loco, y no muestra estarlo poco, pues prefiere el interés de su antojo a mi opinión. ¿No advierte el rey por ventura, cuando imprudente procura ofender con su afición de mi padre la nobleza, que aun hoy, aunque está gozando del cetro, le está temblando la corona en la cabeza? ¿Olvida... Albricias, Amor, que se ha enojado. ...que debe el honor a quien se atreve a ofender en el honor? ¿Así paga beneficios? ¿Así asegura lealtades? ¿Así obliga voluntades y recompensa servicios? ¿Así el nombre de tirano quiere borrar? ¿Y así intenta en el reino que violenta, acreditarse de humano? ¡Vive el cielo, si no enfrena tan mal advertido antojo, que ha de sentir en mi enojo de su locura la pena! ¿A Aurora, a Aurora se envía recado tan atrevido? ¿Y vos, vos habéis venido con tal vil mensajería? No sé de cual de los dos más ofendida me hallo; del rey, en imaginallo, o en decírmelo, de vos. Vase AURORA Mil veces en hora buena, bella Aurora, os enojad, pues asegura piedad, ese rigor, a mi pena. Nunca ha sido tan gustosa la furia, nunca se ha visto el enojo tan bien quisto, ni la ira tan hermosa. No en vano, Amor, a tus aras y al imperio de tus leyes rinden sus cetros los reyes, y los dioses sus tïaras; no en vano, pues tales son tus fuerzas, que en un momento ciegas el entendimiento y aprisionas la razón. Loco estoy, estoy perdido, y tan otro de mi estoy, que ni conozco el que soy, ni me acuerdo del que he sido. Sólo ya mi entendimiento juzga el bien mayor amar; sólo discurre en buscar remedios al mal que siento. De mi ciego desvarío el rey perdone el error, pues da disculpas su amor, y no escarmientos al mío. Mi obligación he cumplido, y aun hice más que debí, pues tercero contra mí de sus cuidados he sido. Hasta aquí de mi lealtad pudo extenderse la ley, mas no a que el amor del rey la ponga a mi voluntad. Y más cuando Aurora aquí se le mostró tan crüel pues de los desprecios de él mis favores colegí; que mientras sus alabanzas publicó mi suspensión, dio su benigna atención aliento a mis esperanzas; y después se mostró airada cuando el amor entendió del rey, quizá porque vio su imaginación burlada. Claro está, pues por lo menos estimó mis desvaríos quien humana oyó los míos, y enojada los ajenos. Pues cuando yo he merecido sus favores, y el rey no, ¿qué le ofendo en querer yo ganar lo que él ha perdido? Y puesto que el rey se ofenda, ¿qué me ha de costar? ¿La vida? Menos la temo perdida, que perder tan alta prenda. Todo, para conseguir tanto bien, lo he de emprender; que no queda qué temer al que se atreve a morir. Salen FILIPO y el REY Tan resuelta, señor, y tan airada rigores respondió a tus rendimientos, que en el mar espumoso concitada la furia de encontrados elementos cuando turban la luz, el cielo ocultan, confunden la región y el sol sepultan espíritus del Austro, no amenazan con tanto horror, con tan airado ceño, funesto fin al naufragante leño, como Aurora, si cabe por ventura esta comparación en su hermosura, duplicó furias, repitió rigores, juzgando ofensas suyas tus favores, vueltos vulcanes de iras y de agravios los que eran de coral hermosos labios, noches de espanto y Etnas de centellas las que eran más que el sol claras estrellas. Tal la vi al fin, perdona el desengaño, pues como ofende al gusto, evita el daño, que yo he juzgado que tu pecho amante bate con cera muros de diamante. ¿Cómo, Filipo, basta el sufrimiento, siendo tanto mi amor, a mi tormento? ¿Como puedo vivir si a mis sentidos tanto veneno das por los oídos? No es posible, Filipo; la paciencia me falta; no, no tengo resistencia contra mí mismo. Sujetarme veo del imperio tirano del deseo. ¿Qué importa la corona, qué la vida, no siendo Aurora de mi amor vencida? Todo lo he de arriesgar por obligarla, todo lo he de perder por alcanzarla. ¿Qué es esto? ¿Así, señor, de ti te olvidas? ¿Así excedes de ti, que así antepones la ejecución de ilícitas pasiones a tantas esperanzas concebidas de tu prudencia, tu valor y seso, cuando ha impuesto Sicilia el grave peso de este reino en tus hombros solamente por juzgarte filósofo prudente? Ya no lo soy Filipo, si lo he sido; otro soy del que fui, porque he perdido el ser y el alma, pues por ella agora sólo me informo del amor de Aurora. La ciencia filosófica, el prudente discurso y el valor de los humanos no evita los destinos soberanos, no de los dioses el poder desmiente. Amor es dios, la mano suya ha sido, la flecha, Aurora, que mi pecho ha herido; pues en mi rendimiento, ¿qué te admira, donde es deidad la mano que me tira, y porque del remedio desespere, deidad también la flecha que me hiere? Resuelto está en mi daño. El seso pierdo nada puedo conmigo; que en un loco, la ciencia y el valor importan poco. Gran señor, no está lejos de su acuerdo el loco que conoce su locura. Procura divertir tu mal, procura templarte; que al principio el accidente obedece al remedio fácilmente. Y si juzgas difícil la vitoria, en la dificultad está la gloria; que en lo que el mismo caso facilita, ni se muestra el valor ni se acredita. Remedios traza, ocupa el pensamiento, divierte la memoria, que al tormento ministra la materia; otros amores merezcan tus cuidados y favores. ¿Es sola Aurora? ¿En sola su belleza extremó su pincel naturaleza? Muchas hay en Sicilia que a la hermosa Venus de Adonis tienen recelosa, y las puedes amar sin el delito que contra Aurora, tu sobrina, intentas, pues afrentas tu sangre si la afrentas. Eso todo es así, Filipo amigo; mas no es así poderlo yo conmigo, y más cuando celoso considero que otro merece el bien que yo no espero. ¡Otro! ¿Como, señor? Su hermosa mano, de ella admitido, espera Policiano. ¡Ay de mí! Y ya la hubiera conseguido, a no haberlo mis celos impedido. Bien has hecho, señor; no lo consientas; nadie merezca lo que tú no alcanzas; baste que el mal, enamorado, sientas de no poder lograr tus esperanzas, sin que celoso te dupliques penas, viendo también logradas las ajenas. Desdichado se llora el que no alcanza; mas su tormento alivia la esperanza de ver al fin premiada su querella; que no alcanzar la gloria no es perdella; mas quien su prenda ve en poder ajeno, ése pérdida llora, ése el veneno mortal traslada al corazón del labio. Desdicha es no alcanzar, perder, agravio; y quien llora perdido el bien que adora, agravios ése, y no desdichas, llora; el sentimiento de no ser querido puede morir a manos del olvido; mas el agravio de perder la gloria apuesta con la vida en la memoria; y así, aunque resolvieses no quererla, para olvidalla importa no perderla. Resuelto estoy. No gastes persuasiones en lo que te aseguran mis pasiones; que el curso arrebatado y la violencia con que el celoso amor me precipita, no de nuevos impulsos necesita. Vuelve a mi bien, Filipo, y de mis males le presenta evidencias, no señales; por dicha mis tormentos repetidos hallarán más piadosos sus oídos. Procura persuadirla, y para vella alcánzame licencia; que sin ella el amor ciego que mi pecho anima, teme el rigor cuanto el favor estima. Yo parto, gran señor, a obedecerte, y asegurara el fin a tus pasiones dichoso, si en mi lengua las razones tuvieran, cuando así obligar me veo, las fuerzas que en mi pecho mi deseo. Vase FILIPO Si es efeto el amar de las estrellas, en que no tiene parte el albedrío, pedir que os inclinéis es desvarío, Aurora, a lo que no os inclinan ellas. Mas ya que de mi incendio a las centellas ardientes vuestro pecho esté tan frío, que no podáis sentir el dolor mío, quered sentir al menos mis querellas. Nunca, Aurora, en amantes mal pagados, que a fuerza de los hados han querido, vi que la libre voluntad no enferme, Yo solo, a no quereros por mis hados, os quisiera querer aborrecido; ¿por qué queréis, querida, aborrecerme? Salen DIANA y ELISA, con mantos, por otra parte Vanos consejos me ofreces. detenerme es por demás. ¿Tan ciega, señora, estás, que contra ti te enfureces? ¿Qué ha de sentir de tu honor, viendo que tanto lo sientes? De los dos inconvenientes vengo a tener por menor el arriesgar mi opinión, que perder a Policiano. Donde reina amor tirano es esclava la razón. Aquí está el rey. Llego, pues, que en estar solo parece que el cielo me favorece. Dadle, gran señor, los pies a Dïana. Alza del suelo, no agravies la estimación que debo a tu perfeción, de que es imagen el cielo. ¿Qué exceso es éste, Dïana? Es exceso de mi suerte, que hasta en negarme la muerte quiere mostrarse inhumana, pues la que vive agraviada, sólo en morir es dichosa. En viéndote tan hermosa, te contemplé desdichada. Mas a tu pena importuna término puedes poner, si acaso tengo poder para vencer tu fortuna; que a tus deudos he debido la que gozo levantada. Pedir puedes confïada, pues prometo agradecido. ¿Quién sino vos, cuya real persona quilates de valor, luz de nobleza, rayos de ciencia añade a la corona que dignamente os ciñe la cabeza, sabe premiar servicios, si a premiarlos es bastante en un rey el confesarlos? ¿Quién como vos remediará mis males, si en mí, para que de ellos el olvido llegue a borrar las últimas señales, es bastante el haberlo prometido; pues en quien puede como vos no pesa el mismo efeto más que la promesa? ¿Y a quién abrieran mis quejosos labios las secretas prisiones en que el pecho vergonzoso ocultaba los agravios que en mi opinión tan duro estrago han hecho, sino a un rey que por noble y por discreto, el remedio asegura y el secreto? Produzca pues tan justa confïanza efetos libres de temor, y el daño pronuncie con que paga mi esperanza de Policiano el alevoso engaño, que olvida acaso por desdicha mía vuestro poder, cuando en el suyo fía. El lustro apenas de mi edad tercero me concedió de la razón el uso, cuando él, traidor, amante lisonjero, cautelas fabricó, medios dispuso, mostró finezas, que a cualquier recato el nombre dieran con razón de ingrato. No se desmiente el cocodrillo tanto en voz humana y en llorosa vena, como él con quejas, lágrimas y amores solicitó engañoso mis favores. Y para dar el último combate, si no a mi honestidad, a mi albedrío, porque más mis rigores no dilate, promete que ha de ser esposo mío. ¡Oh, necia la que da a la confïanza lo que puede negarle la mudanza! Al fin les negoció la diligencia crédito a sus ficciones de verdades, y el crédito en mi amor correspondencia; que si hay cómo obligar las voluntades, es monstruo, no mujer, la que ha podido ser esquiva al amor, si lo ha creído. Pues teniéndole ya, ¿qué fortaleza puede oprimir el encendido fuego? Porque el mismo peligro en que tropieza, el amante no ve, se llama ciego; y así la fe de su promesa pudo dar lengua en su favor al amor mudo. Declaréme su amante, y como dueño en público gozó correspondencias, y menos el mayor, último empeño, en mi amor se atrevió a tantas licencias, que se puede atrever también el labio más recatado a murmurar mi agravio. Mi agravio, pues, os diga mi tormento, publique sus traiciones su mudanza, vuestras ofensas pruebe el loco intento de poner en Aurora su esperanza, y todo junto, gran señor, os diga a lo que, siendo rey, todo os obliga. ¿Fe de esposo te dio? Si necesita mi verdad de testigos... No, Dïana; que tu misma querella te acredita, pues no con causa y ocasión liviana, arriesgando su fama, a excesos tales se arrojan las mujeres principales. Vete, Dïana, vete. No te vea quien pueda murmurarte; y no permitas más riendas al temor, pues te desea lo mismo que agraviada solicitas, agradecido un rey. Tales favores aun no me dejan sombras de temores. Vanse los dos. Salen RICARDO y TURPÍN ¿Qué dices? Dame esos brazos. Cuando del bien que codicias te he dado nuevas, albricias esperaba, que no abrazos. Esta piedra, en quien vencido Dale una sortíja se ve el farol celestial, no es premio, sino señal de mi pecho agradecido. Esto han de hacer los amantes para hacer hablar los mudos; que escudos vencen escudos, diamantes labran diamantes. ¿Qué secreto, que misterio no sabrás con medio igual, si la mano liberal tiene en las almas imperio? En fin, ¿que se han dilatado las bodas? Y aun yo sospecho que del todo se han deshecho, según vi desesperado a Policiano ofendido querellarse de Dïón. Según eso la ocasión mi esperanza no ha perdido. No la ha perdido; mas creo que la vendrás a perder; que quien no sabe emprender, nunca logra su deseo. Callando, ¿quién persuadió? ¿Quién venció sin intentar? ¿Quién obligó sin rogar? ¿Quién sin pedir alcanzó? Aun con los dioses, que entienden las humanas intenciones, a fuerza de peticiones negocian los que pretenden; y al fin, para conclüir, oye una comparación. Al tribunal del león llegó una oveja a pedir justicia de un carnicero lobo, que un hijo le había muerto, de dos que tenía; y con el otro cordero que vivo quedó, prostrada, por darle más compasión, ante los pies del león, calló, un rato, o bien turbada, o bien por encarecer de esta suerte de su mal el extremo; que es señal de gran pena enmudecer. Estaba hambriento el león, y como calló la oveja, no previno su queja, no quiso su intención entender; hízose bobo, y fingiendo que pensaba que el cordero le endonaba, hizo lo mismo que el lobo. La oveja, con agonía balando, empezó al momento a declararle el intento con que allí venido había; mas él dijo, No negaras tanto la voz a los labios; si era contar tus agravios tu fin, al punto empezaras, hablando, a informarme de ellos; que en esto de corazones sabemos más los leones de comerlos que entendellos. Pienso que la fabulilla viene a pelo. Habla a Dïón, dile a tiempo tu intención; que es cierto que con decilla a ocasión y con instancia harás que tema tus quejas, pues al menos no le dejas la excusa de la ignorancia. Bien dices; pero querría hablar a Aurora primero; porque declarar no quiero sin su voluntad la mía. A mí también me contenta, Ricardo, ese parecer; que es vano trabajo hacer sin la huéspeda la cuenta. Ella sale, hablarla puedes. Y su padre, ¿dónde está? Si vienes resuelto ya a pedírsela, ¿qué excedes en hablarla y pretendella? Al fin, pues tengo ocasión, me he de arriesgar con Dïón, por declararme con ella. Vase TURPÍN. Sale AURORA ¿Quién está aquí? Aurora hermosa, no os retiréis. Aguardad, y de cortés escuchad, si no escucháis de piadosa. Lo que la suerte dichosa pródigamente me ha dado, no lo niegue recatado, señora, vuestro desdén; advertid que el sol también sale para el desdichado. Ricardo, hallaros aquí sin haberme prevenido, la justa ocasión ha sido de haberme extrañado así; y vos sin razón de mí en esto os habéis quejado; que si a verme habéis llegado, siendo eso lo que intentáis, más de atrevido ganáis, que perdéis de desdichado. ¡Cuán cierto me prometiera, Aurora bella, el perdón, a ser lengua el corazón que mis males os dijera! ¡Cuán dichoso fin tuviera la desventura que siento, si supiera mi tormento, siendo tantos sus rigores, deciros cuántos temores me cuesta este atrevimiento! Mientras del mar enojado y del viento a la violencia se opone la resistencia de la vela y el costado, duerme en su esfera el cuidado; mas en llegando a faltar la esperanza de salvar la vida en el roto leño, rompen las voces el sueño, los brazos hienden el mar. Sepultado del vulcán en las hondas cavidades, sus ardientes calidades disimula el alquitrán; pero si fuego le dan, rompe los profundos senos, y los elementos, llenos de su furia, se estremecen; nubes y rayos parecen las cenizas y los truenos. Yo, en mi esperanza embarcado, el mar de amor discurría, y la materia escondía de mi incendio mi cuidado; mas ya los celos han dado fuego al alma, y el dolor de perder mi bien mayor me anega, y a mi despecho revienta la mina el pecho, se arroja al agua el amor; que viendo ya mis intentos malogrados, dueño hermoso, rompe el silencio medroso en voces y atrevimientos. Con mil mudos pensamientos sin fruto vuestros despojos adore; y ya mis enojos a la lengua escucharéis, señora, pues que os hacéis desentendida a los ojos. Como busca el ciervo herido la fuente, y a sus cristales les restituye en corales lo que en perlas ha debido; así yo, Aurora, he venido, de Amor herido, a buscaros, por ver si puedo obligaros a remediar mis enojos, pagando en llorar los ojos lo que os deben en miraros. Tened piedad de esta vida que sola vos informáis; si enamorada os negáis, no os neguéis agradecida. Permitidme, condolida, que os pueda a Dïón pedir; que en negar o en permitir sólo estriba, dueño hermoso, o atreverme venturoso, o desdichado morir. Ni mi padre ha de querer, ni el rey licencia ha de dar; pues, ¿qué arriesgo en no negar? ¿Qué pierdo en agradecer? Y cuando venga a tener efeto el darle la mano, ¿amante esposo no gano, contado entre los más buenos, que a mis ojos por lo menos es mejor que Policiano? Algún tiempo sus intentos, ¿no hallaron en mis cuidados si no gustos declarados, agradados pensamientos? Si se llevaron los vientos la esperanza tan en flor que vio en Filipo mi amor, desengañada, ¿qué aguardo? Dé la verdad a Ricardo lo que le quito el error. Mucho me dais que temer; ya llego a desconfïar; que es indicio de negar el tardarse en conceder. Ricardo, no puede ser el pecho que es noble, ingrato; y del amoroso trato conocida la verdad, ocultar la voluntad más es crueldad que recato. La suspensión en mirar, mil veces vuestros enojos me ha dicho que por los ojos sabe el corazón hablar. No os ha dañado el callar; antes en mi pensamiento adelantó vuestro intento; porque en los que amantes son, es sobra de estimación la falta de atrevimiento. Y así, agora que a venceros del celoso ardor llegastes, por lo que en temer ganastes, no perdéis en atreveros; antes debo agradeceros el haberos declarado, pues no es de haberme estimado indicio menos forzoso el atreveros celoso, que el temer enamorado. Y así, os doy para tratar esto a mi padre licencia; que esto sólo en mi obediencia os queda por conquistar. Si lo llegáis a obligar, dad por hecho el casamiento; mas si a vuestro pensamiento reducirlo no podéis, vuestra suerte culparéis, y no mi agradecimiento. Vase AURORA ¿Qué imperio puede tener ya de la suerte el rigor en quien tan alto favor ha llegado a merecer? No me queda que temer; que pues me has favorecido, aunque llegue a ver perdido el bien que agora alcancé, al menos no perderé el haberlo conseguido. Sale TURPÍN Pues, ¿qué tenemos? ¿Venciste? Mi bien puedes celebrar. En albricias te he de dar la sortija que me diste. Acomete a darle la sortija Tómala. Bien las pediste, yo te las debo. Si eres tu tan liberal, que infieres lo que no pensó Turpín, no replico, porque al fin ha de ser lo que quisieres. Mas aquí viene Dïón; y pues hoy con tal ventura has comenzado, procura no perder esta ocasión. Agora mi pretensión, de Aurora favorecido le diré más atrevido. Sale DIÓN ¡Ricardo amigo! A buscaros, noble Dïón, para hablaros en un negocio he venido. Prevenciones excusad, si acaso estáis satisfecho de la amistad de mi pecho. Pues dais licencia, escuchad. Hablan bajo ¡Mal haya, dijo un juglar, de buen gusto y gracias lleno, quien tiene dinero ajeno y se acuesta sin cenar! Y el que quiere ser esponja de algún señor, ¡haya mal, si no lo hace liberal a costa de una lisonja! Y, ¡mal haya el que perdió la ocasión de enriquecer, teniendo hermana o mujer o hija hermosa! Aquí entro yo. Cubra el siciliano suelo de amantes de Aurora Amor; que a todos igual favor he de vender, ya que el cielo dueño tan bello me dio; porque nos hemos de hallar, si el tiempo dejo pasar, ella vieja y pobre yo. Vase TURPÍN Cuando más exageréis vuestros méritos conmigo, lo menos, Ricardo amigo, de lo que sé no diréis; y así mi conocimiento culpa vuestras prevenciones, si multiplicáis razones para esforzar vuestro intento. Mas ¡ay de mí! la ocasión es ésta de examinar su lealtad, y ejecutar de Dionisio la intención. Fingir un agravio intento con que la pueda cumplir, como también exclüir de Ricardo el pensamiento. Que Aurora dio la ocasión a esta plática, y Aurora ha de dar también agora la materia a mi ficción. ¿Qué os suspendéis? Si la mano me impide de Aurora bella haber tratado con ella casamiento a Policiano, advertid... Ricardo, no; que puesto que aún no está hecho, y tenéis mejor derecho, pues a nadie estimo yo tanto como a vos, no es eso lo que impedimento os hace; de más grave causa nace nuestro daño; y os confieso que es tan en agravio mío, que en ella misma veréis, cuando de mí la escuchéis, cuánto de vos me confío, y la amistad que a mi pecho le debéis en declararme, pues no dudo avergonzarme por dejaros satisfecho. El rey, después que es deudor de la corona real que goza, a mi amor leal, pues por mi industria y valor en el reino sucedió, que su padre, contra el fuero de la libertad, primero tiranamente ocupó; en Aurora, en su sobrina, hija de su misma hermana, ha puesto afición liviana, y tirano determina ejecutar sus deseos en su deshonor. Ricardo, este galardón aguardo, y estoy tal, que... Deteneos. Si Aurora es del rey amada, puesto que mi pecho sienta menos la muerte, haced cuenta que yo no os he dicho nada. Vase RICARDO ¡Ésta es fineza! ¡Esto es ser vasallo noble y leal! Nunca del cetro real he cudiciado el poder sino agora, porque hiciera la demonstración debida, y la gloria merecida por tal fineza le diera; que es nobleza sin igual y valor sin semejante saber ser tan cuerdo amante por ser vasallo leal. Vaso DIÓN. Sale FILIPO Ni en mi tengo ya poder, ni me atrevo a declarar; que declararme es mostrar que al rey me atrevo a ofender; y es al fin de Aurora tío, y no es bien que me declare mientras no me asegurare de que estima el amor mío; porque si no, mi deseo fuera necio, si perdiera, por la dicha que no espera, la ventura que poseo; y más debiendo temer que Aurora, del pensamiento combatida, habrá de intento mudado ya; que es mujer, y es amarle ya posible; porque de un rey el amor es fuerte conquistador del pecho más invencible. Segunda vez el ardiente cuidado que al rey desvela le diré, más por cautela que por lealtad obediente, para entender el estado de su desdén o favor. Ella sale. Dios de amor, favorece mi cuidado. Retírase. Salen AURORA y CAMILA Oye un pensamiento mio. Dí. ¿No debes recelar, si llega a desconfïar de tu amor el rey, tu tío, que viendo su intento vano, de parecer mudará, y sin fruto no querrá, ofender a Policiano? Y en dejando de impedir que te dé la mano, quedas sin excusa con que puedas a tu padre resistir. Claro está. Pues si tu amor no se inclina a Policiano, muestra al rey el pecho humano, y con fingido favor anima su pensamiento; y pues así no lo alcanza, conservando su esperanza, conserva el impedimento. Consejo es bien advertido. Sal, pues, que Filipo espera. Vase CAMILA ¡Oh, si tan dichosa fuera, que no me hubiera mentido el pensamiento primero! ¡Cuán gustosa le escuchara, si amante me deseara, y no me hablara tercero! Llégase FILIPO a AURORA Aunque recelar debía, bella Aurora, escarmentado de vuestro rigor pasado, que os enoje mi porfía, no os admiréis de que sea importuno mensajero, donde, pues os ve el tercero, más que el amante granjea; si bien puedo colegir mudanza en vuestra crueldad; que es indicio de piedad haberme querido oír. Segunda vez me ha mandado el rey, señora, que os diga del fuego que le fatiga el solícito cuidado, y que le deis para hablaros licencia; que no es menor de enojaros el temor que la gloria de miraros. Y que advirtáis que no hay cosa, si no mudáis parecer, imposible a su poder, o a su amor dificultosa. Perdonadme, si os parece que en decíroslo os ofendo; que quien yerra obedeciendo, errando no desmerece. Filipo, no sé qué os diga. Yo sí sé qué me digáis. Que ya del rey, pues dudáis, estáis menos enemiga. No me diréis declarada mas que me decis dudosa, pues es respuesta piadosa no responder enojada. Ni es injuria ser querida, ni permite la razón no pagar la obligación, si no amante, agradecida. Ser amada es natural lisonja, y nunca se ve que a nadie, aunque mal le esté, sepa la lisonja mal. Y así, aunque al lance primero respondí con pecho airado, no os espante que haya obrado el cuidado lisonjero mudanza en mí, conociendo que no es ofender amar, y que no es justo pagar a quien ama, aborreciendo. ¡Ay de mí! ¡Perdido soy! Mas, ¿por qué busco razones, Filipo, y satisfaciones tan dilatadas os doy, y me disculpo al hacer lo que venís a rogar? Disculpas pide el negar, no las pide el conceder. Al rey le decid... ¡Ay, cielos! ...que le pago. ¿Qué decis? Parece que lo sentís. No saben callar los celos. No, señora. ¡Muerto soy! Antes el gusto de ver el que el rey ha de tener si tales nuevas le doy, causa el efeto que veis. ¿De gusto mudáis color? No. Yo os haré que al rigor del tormento confeséis. Pues porque le deis cumplido el contento, y le tengáis, pues lo que el suyo estimáis tanto habéis encarecido, decidle, no solamente que le estoy agradecida, pero tan ciega y rendida al amoroso accidente, que esta noche ha de lograr la licencia. ¿Que decis? Parece que lo sentís. No puedo disimular. Partiréme sin hablarla; que tan en los labios siento la furia de mi tormento, que no podre refrenarla si los abro, y aun sospecho, según el mal me atormenta, que por los ojos revienta el incendio de mi pecho. Quíere írse FILIPO ¿Sin hablar os despedís? ¿Qué es esto? Volved, mirad, Filipo, que no es verdad lo que he dicho. ¿Que decis? Que nada al rey le digáis de lo que me habéis oído; que fue fingido. ¿Fingido? Parece que os alegráis. Parece que no os ofende el ver que me alegro yo. A ninguno le pesó de alcanzar lo que pretende. Pues, ¿que intento conseguistes, bella Aurora, en este efeto? Ver declarado un secreto que encubrirme pretendistes. ¿Qué secreto os he negado, cuando serviros me toca? El que, a pesar de la boca, los ojos han confesado. Pues, ¿qué vistes en mis ojos, que a mis labios contradiga? Pena de que el rey consiga remedio de sus enojos. Pues, Aurora, con razón puedo sentir, siendo así, que valga menos aquí la verdad que la ficción. Porque si pudo contigo más credito conseguir lo que te muestro al sentir, que lo que al hablar te digo, notorio agravio me has hecho en responder falsamente a lo que la boca miente, y no a lo que siente el pecho. Luego es cierto lo que yo de tu aspecto colegi. ¿Quieres que diga que sí? ¿Y podrás decir que no? Diré lo que tú gustares. ¿Es bien que yo, aunque te amara, primero me declarara? ¿Digo yo que te declares? ¿0 pudo mi desvarío prometerse por ventura que ocultase tu hermosura pensamiento en favor mío? ¿Tan poco fías de ti, teniendo tanto valor? Luego, ¿estimarás mi amor? ¿Quieres que diga que sí? Si nadie te mereció, ¿quién será tan atrevido? Quien tan venturoso ha sido, que se lo pregunto yo. Según eso, Aurora, hablar podemos claro los dos. Yo te adoro. ¡Gloria a Dios, que llegamos al lugar! Desde el punto que te vi, te sujeté el albedrío. Este delito no es mío, si es delito, tuyo sí; que si con poder violento me abrasó tu rostro hermoso, el rendimiento forzoso no fue libre atrevimiento. Esto digo sólo, Aurora, por disculpar el error de haberte tenido amor, sabiendo que el rey te adora; que a no ser tal la ocasión, en tus méritos se ve que, como por fuerza amé, amara por elección. Mas no pienses que encubrí hasta agora el amor mío por temor del rey, tu tío; por respeto tuyo sí; que fuera, Aurora querida, no tenerlo o no estimarlo, si a precio de confesarlo, no despreciara la vida. Sólo temer tus enojos mis labios tuvo oprimidos, porque aun juzgaba atrevidos los indicios de mis ojos. Pero, como a tu grandeza atreverme ofendería, no mostrar que te quería ofendiera tu belleza. Y así de entrambos agravios evite las ocasiones, diciéndolo las acciones y negándolo los labios; que aunque decir mi tormento es lisonja de tu gloria, pues confieso la vitoria que llevas del sufrimiento, y es más fineza perderme, publicando mi pesar, que privarte con callar de la gloria de vencerme, refrene el atrevimiento, viendo que no es recompensa de tu más liviana ofensa mi más grave rendimiento; y callando mis cuidados, por no ofenderte muriera, si tu piedad no rompiera al silencio los candados. Ya los rompí, y tan dichoso soy ya, que no me has oído menos humana atrevido, que me mirabas medroso. Y así, Aurora, manda, ordena, dispón de mí y de mi vida; que en ventura tan crecida que de seso me enajena, ni discurre el pensamiento más que para obedecerte, ni más que para quererte me ha quedado entendimiento. Filipo, tres voluntades os pone amor que vencer; que se precia de emprender donde hay mas dificultades. La de mi padre y la mía y la del rey, todas tres han de conformarse, o es inútil vuestra porfía. Dionisio me adora ciego, y mi padre a Policiano ha prometido mi mano; yo, aunque en amoroso fuego me abrase, sin su licencia no me he de determinar; mi padre no la ha de dar si el rey hace resistencia. Él, ya veis si la ha de hacer pues sabeis su amor ardiente, ved si tanto inconveniente os atrevéis a vencer; que de ellos dos granjeada la voluntad, de la mía no dudéis; que aunque debía no responder declarada, según la ley de mi estado, fuera recato perdido, tras lo que os he respondido con haberos escuchado. No hay cosa que yo no pueda, pues tu favor merecí; que de la Fortuna así he puesto un clavo a la rueda. ¿Mi favor es tu fortuna? Como es mi bien tu belleza. Si estriba en mí su firmeza, no temas mudanza alguna mientras no la merecieres. Quien ama, no desobliga. Pero, ¿que quieres que diga al rey? Lo que tú quisieres. ¿Y no lo que me ordenabas? Era engaño. ¿Con que intento? Para ver si, del tormento apretado, confesabas. ¿Luego le aborreces? Sí. ¿Y a Policiano? La mano por mi padre a Policiano contra mi gusto ofreci. Luego, ¿solo soy dichoso? Solo alcanzas mi favor. Pues perdone el rey; que Amor es dios, y es más poderoso. Salen el REY y FILIPO Ya me ha vencido el dolor. Todo lo he de aventurar, y la fuerza ha de alcanzar lo que, no alcanza el amor. No lo sufrirán mis celos. ¿Que dices? Que su desdén lo merece, pues a quien con rayos de oro los cielos coronaron la cabeza, obliga cuando pretende; y su gusto, cuando ofende, honra la mayor belleza. Desmiente asi su sospecha, por hacer su intento vano, sin que conozca la mano de donde sale la flecha. Pues muy presto pienso ver sola a Aurora; que a Dïón, con la fingida ocasión que te he dicho, quiero hacer que a embarcarse parta luego; que sintiéndome abrasar, es fuerza pedir al mar remedio de tanto fuego. Sale POLICIANO Hoy, bella Aurora querida, me pierdo si no te gano; que si no alcanzo tu mano, ¿para que quiero la vida? Policiano viene. A darme quejas sin duda vendrá, y ofendido me hallará en lo que piensa culparme. Si los méritos, señor, pueden dar atrevimiento, si quejas el sentimiento y cuidados el honor; si cuando Aurora y Dïón su blanca mano me ofrece, con impedirlo obscurece vuestra alteza mi opinión, no tendréis por desacato, si quejoso me escucháis, cuando indigno me juzgáis, o yo os juzgo a vos ingrato. ¡Basta, basta, Policiano! ¿Callo yo, y quejáisos vos? ¿Pretendéis pagar a dos esposas con una mano? ¡Yo a dos esposas! ¡Callad! Ni os disculpéis ni neguéis; que otra vez me ofenderéis, si me negáis la verdad. Cuando vos con pecho ingrato mi sangre habéis ofendido, y cometéis atrevido contra Aurora estelionato, obligándole la fe, por libre, que de otro dueño conoce el forzoso empeño; callando yo, que lo sé, sólo el efeto os impido, por hüir la obligación de hacer más demonstración, si me doy por entendido; ¿y mi silencio prudente os da fuerza en la porfía, y mi piedad osadía para ser mas delincuente? ¿Sabéis que tiene a Dïana Ricardo, cuya lealtad, opinión y calidad tanto estimo, por hermana? Sí, señor. Pues, ¿por qué así, contra la fe que debéis, en Dïana le ofendéis, y en él me ofendéis a mi? Lícitas correspondencias le debo sólo a su amor; mas no excesos a su honor, ni a su honestidad licencias. ¿No ofrecistes, Policiano, ser su esposo? Aunque lo hubiera prometido, señor, fuera quererme obligar en vano, no habiendo yo en confïanza de la promesa alcanzado de ella más que haberle dado palabras a mi esperanza. Cuanto más que no la di, de que es notorio argumento saber que el último intento del amor no conseguí; porque, ¿cuál otra ocasión me pudiera a mí obligar a darla, sino lograr en fe de ella mi afición? Bien decís; mas de vos quiero saber sola una verdad. ¿Adorastes la beldad vos de Dïana primero, procurando, enamorado, obligarla y merecella, o con sus favores ella despertó vuestro cuidado? Yo primero su favor pretendí, y en muchos días no alcanzaron mis porfías correspondencia en su amor. Basta. Con eso habéis dado vos contra vos la sentencia; que si su correspondencia pretendió vuestro cuidado, ¿por que la pagáis tan mal después que la conseguistes? ¿con qué fin pretendistes mujer que es tan principal? ¿No es bastante, para haberos, siendo quien es, obligado, haberla vos empeñado, con pretenderla, en quereros? Si en fe de vuestra nobleza, obligación y valor, dio crédito a vuestro amor y pagó vuestra fineza, ¿por qué la desestimáis? ¿por qué lo que es razón premiar como obligación, como agravio castigáis? ¿Qué hiciérades ofendido de despreciado? ¿Podéis hacer más de lo que hacéis obligado de querido? Decís que cuando la mano le prometiérades dar, no llegándola a alcanzar en fe de ello, fuera en vano. Pésame de que en vos quepa tan indigno pensamiento, y quien es por nacimiento tan noble y cortés no sepa que en tocando en la opinión de damas tan principales, aun los intentos mentales inducen obligación; cuanto más habiendo sido públicos vuestros amores, y públicos los favores que de ella habéis recebido; pues en quien sois confïada con razón, se declaró quien recelar no debió verse de vos engañada. ¿No es cierto que su opinión en opiniones pusiera si vuestra esposa no fuera, pues el pueblo con razón juzgara, puesto que vio que ella os quiso y la quisistes, que algún defeto supistes, por donde no os mereció? Mas yo quiero de Dïana olvidar la causa agora. ¿No es mi propia sangre Aurora? Su madre, ¿no fue mi hermana? Pues cuando a su casamiento el pueblo con justa ley por sobrina de su rey debe universal contento, ¿será razón que su pecho fastidien y sus orejas, en el tálamo con quejas, y con celos en el lecho? Pudiendo escoger esposo mi sobrina, Policiano, ¿queréis vos que dé la mano a un marido litigioso? Estando mi reino lleno de hombres buenos, ¿será bien que elija por dueño a quien padece achaques de ajeno? Dejad tan vana porfía, y acudid, como es razón, vos a vuestra obligación; que yo acudiré a la mía. Señor... ¡Idos! Que irritáis, con replicar, mis enojos, y no volváis a mis ojos sin que a Dïana le hayáis cumplido esta obligación; pues yo, con haberme dado por entendido, he tomado por mi cuenta su opinión. ¿Rómpenme el pecho, y los labios me cierran? Pues no seré yo quien soy, o tomaré venganza de estos agravios. Vase POLICIANO Ya de este competidor me he librado. ¿Qué os parece? Que Policiano padece con razón vuestro rigor. Mas aquí viene Dïón. Sale DIÓN Dadme a besar vuestra mano. Levantad, pariente, hermano. No ofendáis mi estimación. Señor, en conformidad de aquel orden que sabéis, en este papel veréis Dale un papel lo que he entendido. Mostrad. No me queda diligencia por hacer. De vos lo fío. Y pues con el cargo mío he cumplido, la licencia que para casar a Aurora os pedí, de vos espero. Desmentir sospechas quiero. Ya es fuerza, Dión, que agora os declare la ocasión de impedir que Policiano dé a mi sobrina la mano. Hasta aquí fue mi intención callároslo, porque el darme y el daros por entendido de que a los dos ha ofendido, fuera, pariente, obligarme al castigo riguroso de quien pretendo obligar, cuando me importa ganar voluntades, y piadoso quiero el nombre de tirano borrar, que el reino me da. Y a vos, Dïón, porque ya el tiempo en que os veis, anciano, pide esfuerzos a la vida, y aumentárosla es más justo lisonjeada en el gusto, que en la opinión ofendida, esta ocasión de enojaros excusaros pretendí; pero ya, porque de mí no os quejéis, habré de daros cuenta de ella. Policiano tiene ofrecida a Dïana, del noble Ricardo hermana, la fe de darle la mano. ¿Que decís? Mirad si ha sido con empeño tan forzoso, cuanto con ella engañoso, con nosotros atrevido. De cólera tiemblo y ardo, y tanto más me lastimo por ella, cuanto la estimo por hermana de Ricardo, cuyos méritos podréis colegir de esos renglones, pues a las obligaciones antiguas que le tenéis, una fineza ha añadido, con que os obliga a que agora, tanto como por Aurora, estéis por él ofendido. Ya del todo mis recelos no temen a Policiano. ¡Así del Amor tirano del rey me libren los cielos! Esto supuesto, Dïón, lo que os pido solamente es que, pues sois tan prudente, no os obligue esta ocasión a que al disgusto y pesar abráis las puertas del pecho; y estad de mi satisfecho, que cuidaré de buscar esposo a Aurora. Señor, sobrina es vuestra. Conmigo, ser hija de tal amigo es la importancia mayor. Y agora sabed que el mar merece ya que mi esposa, segunda Venus hermosa, se dignase de surcar sus campos para traer a Sicilia al dios de amor. Con tales nuevas, señor, ¿qué pesar me puede hacer la Fortuna? Si yo os veo en tan venturoso estado, no le queda a mi cuidado por cumplir otro deseo. Vos, pues que tanto estimáis mis dichas, quiero, Dïón, que en hacer demonstración de ello el primero seáis. La dilación en mandar tiene ya mi fe quejosa. A recebir a mi esposa habéis de salir al mar. Pensad que en él se desata mi nave ya de la orilla, y con la nevada quilla hiende las ondas de plata. ¿Cuándo partiréis? Al alba no hará el canto lisonjero de los pájaros, primero que yo a Neptuno, la salva. Vase DIÓN Bien mi intento se dispone. Bien engañado le envías. Tengan fin las ansias mías, y la obligación perdone. Sale TURPÍN De tu parte me han llamado, y he venido, aunque dudé si era como; si lo fue, con volverme está acabado. Yo te he mandado llamar. Agora, señor, los pies, no digo que me los des, que ni me los has de dar, ni a moverlos es razón que pretenda yo obligarte, para hacer yo de mi parte lo que tengo obligación, sino sólo que permitas que ponga en ellos mi boca. Levanta. Lo que me toca, y se usa en las visitas de los reyes, he hecho ya; agora te toca a ti decirme a qué vengo aquí, porque en el pecho me da mil vuelcos el corazón desde que oí tu recado, y quisiera mi cuidado salir de esta confusión; que aunque puedo yo haber sido rey también, al fin agora me tiene la ciega autora de las dichas abatido a tan miserable estado, que la gran desigualdad que hay de mí a tu majestad, me tiene, señor, turbado. ¿Tú puedes también, Turpín, haber sido rey? ¿Pues no? ¿Satirízasme? Si yo fuera tan necio, ¿qué fin mereciera de tu agravio? En otra razón fundé lo que dije; que pensé que un filósofo tan sabio como tú no la ignorara; y más viendo que Platón con una y otra lición te ha dado opinión tan clara. De ti la quiero aprender. ¿Qué me has de dar si te venzo? Esta cadena. Enséñale una cadena Comienzo a argüir. ¿No pudo ser que un rey muriese en la guerra, y que su cuerpo perdido fuese en tierra convertido en el campo; y que esta tierra, del sol y el agua dispuesta, en yerba se convirtiese, y que un carnero paciese esta yerba, y que, digesta con el calor, el carnero en carne la convirtiera, y que esta carne vendiera a mi padre el carnicero, y la comiese mi padre y en sustancia la volviese, y que esta sustancia fuese la que me engendró en mi madre? Pues ves aquí cómo yo, sin que a ti te haya ofendido, aquel rey puedo haber sido que en la batalla murió. Vencísteme: la cadena es tuya. Dásela Vivas dichoso más que un vecino enfadoso, que un deseo, que una pena, y más que una imposición; más que un ministro cansado, de quien tiene un desdichado la futura sucesión. Vamos al caso, Turpín. ¿De la casa de Dïón eres portero? Rincón no hay desde el principio al fin, menos el cuarto de Aurora, que no esté por cuenta mía cerrarle al ponerse el día, y abrirle al nacer la aurora. Una cosa que prometo remunerarte has de hacer, advirtiendo que en tener fidelidad y secreto te va la vida. Tendré en muda prisión los labios, aunque siente como agravios tus amenazas mi fe. Pues en partiendo Dïón al puerto, me vuelve a ver. Diréte lo que has de hacer. No lograrás tu intención. Yo lo haré; y traeré, si quieres, dos argumentillos más. Y dos cadenas tendrás, si en ellos me concluyeres. Vanse todos. Salen AURORA y DIÓN Señor, ¿os partís? Forzosa causa me obliga a ausentar; que el Rey me manda que al mar salga a recibir su esposa, y de plazo tengo sólo las horas para partir que ha de tardar en suplir Dïana la luz de Apolo. El rey, ya que no miró, para que no os lo encargara, vuestros años, ¿no mirara lo que he de sentirlo yo, pues con vuestra ausencia quedo sola y triste, padre mío? Donde queda el rey tu tío hacerte falta no puedo. ¡Bien lo entendéis! Si no hubiera de causar tan graves daños, sus intentos, sus engaños y traiciones os dijera. Mas porque en la ausencia mía sientas pena más liviana, vendrá tu amiga Dïana a estarse en tu compañía; que ya tengo la licencia de Ricardo. Venturosa fuera yo, si hubiera cosa que me alivie en vuestra ausencia. Breve ha de ser. Un aviso quiero darte, que es forzoso. Ya no puede ser tu esposo Policiano; y el permiso, que le daba esa esperanza, de visitarte, ha cesado. ¡Qué buenas nuevas me has dado! ¿De qué nace esa mudanza? De que ha dado él engañoso a otra principal señora, según he sabido agora del rey, palabra de esposo. Y de esto nació el negar la licencia que pedí, y me lo ocultó hasta aquí, por no darme este pesar. ¡Oh, alevoso, fementido! La cera ha vuelto en diamante; que quien es tan mal amante, ¿cómo será buen marido? Sale un CRIADO Filipo te quiere hablar. Entre Filipo; tu, Aurora, retírate. Él viene agora, según pienso, a declarar su amor; y mi padre es llano que ha de estimarle el intento, puesto que el impedimento cesó ya de Policiano. Solamente por vencer nos queda ya el Rey, mi tío, y de su esposa confío, pues llega ya, que ha de ser sol claro en la confusion de la noche en que me veo. Amor, pues das el deseo, ayuda a la ejecución. Vase AURORA. Sale FILIPO ¡Vos para entrar en mi casa pedís licencia, Filipo! No os espante que cobarde venga quien viene a pediros; si bien el venir a haceros, Dïón, el mayor servicio que humana amistad alcanza, pudiera hacerme atrevido. Tanto de mí confïad cuanto yo de vos confío, y empezad con declararme en qué puedo yo serviros. ¿Estamos solos? Sí estamos. Decidme, Dïón amigo, ¿qué merecerá con vos quien redima del peligro de una afrenta vuestro honor y el de Aurora? Que los mismos que redime, se confiesen esclavos de su albedrío. Pues supuesto que no puede ya Policiano impedirlo, prometed, no que por dueño me tendréis, sino por hijo, dándome a la bella Aurora; y en cambio de ello me obligo a haceros tal amistad, con daros aquí un aviso, que confeséis que el honor vuestro y de Aurora redimo. Para que os la ofrezca yo, ¿es menester más designio que darle esposo que tanto por sus méritos estimo? Ya sin esa condición os la prometo, Filipo. Libre estáis si no queréis cumplirla. No; que ya es mío con eso el honor de entrambos, y hago mi negocio mismo. Sabed que el rey al amor de Aurora vive rendido. Ciego está, loco la adora, y todo cuanto os ha dicho ha sido por dar color de cautela al desatino, por si acaso la verdad supiésedes... ¿Qué Filipo? ¿Qué decís? Verdad, es ésta; y haber mandado partiros, no es porque rompe la reina del mar los azules vidrios; nuevas son que finge sólo por ausentaros Dionisio, para dar ejecución violenta a su amor lascivo, porque honesta le resiste Aurora, sin que impedirlo pueda de vuestra presencia la autoridad, prevenido tiene a Turpín, y obligado con dádivas, que del hilo con que discurrió Teseo el confuso laberinto, a media noche ha de hacer en vuestra casa el oficio. ¡Válgame el cielo! Mirad si mi palabra he cumplido, y si a vos y a Aurora he dado el honor en este aviso. ¡Ah, inhumano! ¿Así tu sangre ofendes? ¿Más enemigo te muestras de quien debieras estar más agradecido? La corona de Sicilia te di; ¿y en agravio mío ejecutas el poder que me debes a mi mismo? No lo sufrirán los cielos. Yo os agradezco, Filipo, cuanto debo y cuanto puedo tan colmado beneficio. De vuestra parte cumplistes con enseñarme el peligro. Idos con Dios, y dejad el remedio a cargo mío. Para todo me hallaréis interesado por hijo, y por amigo obligado. De vuestro valor confío. Vanse todos. Salen RICARDO, DIANA y ELISA Porque la melancolía de Aurora, en la soledad de su padre, tu amistad alivie en su compañía, Dïón me ha obligado, hermana, a prometérselo. Avisa los gentilhombres, Elisa; que sale fuera Dïana. Voy a servirte. Vase ELISA Afición nos tiene a entrambos, y es justo hacer a Aurora ese gusto, y esa lisonja a Dïón. Agora, que hemos quedado solos, Dïana, me di una verdad; que de ti tantas querellas me ha dado Policiano, que presumo, viéndole furioso y ciego, que ha sido muy grande el fuego que ha levantado tal humo. Dice que con engañoso labio al rey has informado de que él, Dïana, te ha dado la fe y palabra de esposo. Dime, dime qué hay en esto; que estoy loco. Tente, hermano! Verdad dice Policiano; mas, ¿cómo olvidas tan presto que fuiste tú la ocasión? ¿Yo, Dïana? Enamorado de Aurora y desesperado, ¿no me diste comisión de ejecutar cualquier medio que para alcanzar su mano fuese estorbo a Policiano, y a tu esperanza remedio? Es verdad. Pues yo por eso el efeto le he impedido, como él dice. Luego has sido tú la ocasión de este exceso. No, Dïana; que él a mí, aunque la palabra no, el amor me confesó, y que mereció de ti favores. Luego no ha sido fingido por mi cuidado lo que al rey has informado. ¿Digo yo que fue fingido? Pues, ¿qué dices? Que al exceso de hablar al rey me atreví, por darte remedio así; que si no fuera por eso, aunque esta ofensa me ha hecho Policiano, siempre el labio reprimiera, y a mi agravio diera sepulcro en el pecho. ¿Que es verdad que se obligó a ser tu esposo? Es verdad. Y di, de tu honestidad en fe de eso, ¿mereció alguna prenda, Dïana? Ninguna. Verdad me di. Ya la he dicho. Mas ya aquí la averiguación es vana, pues haberle prometido darle la mano bastó para que le obligue yo. Sale ELISA Todo está ya prevenido si quieres salir, señora. Vase ELISA Vete, hermana. ¿No me ordenas lo que acerca de tus penas tengo de decir a Aurora? Ni de esto que entre los dos habemos tratado aquí le has de tratar, ni de mí, que será ofenderme. Adiós Vase DIANA ¡Que Diana me haya puesto en lance tan apretado! Que, ¿quien duda que ha gozado algún favor deshonesto quien la palabra le dio? Claro está. Fuerza es que entienda que quien le empeñó tal prenda, mucho a deber le quedó. ¿No lo dice su mudanza? ¿Qué causa pudo tener de olvidarla, sino haber cumplido ya su esperanza? ¿Qué importa que ella lo niegue? ¿Qué importa que yo lo crea, y qué importa que no sea, si para que el mundo llegue a sentir mal de su honor, basta saber que le ha dado la palabra, y que ha trocado el suyo por otro amor? Cuando no lo hayan sabido otros, ¿no lo sabe ya el rey? ¿No presumirá lo mismo que he presumido? ¿Quién lo duda? Pues, ¿qué espero? Para la resolución consultar quiero a Dïón, que es mi amigo verdadero; y su prudencia y valor, pues fue también engañado, dará, como interesado, el consejo y el favor. Sale DIÓN Ricardo... Noble Dïón, en este punto partía a buscaros. Dicha es mía preveniros la intención. ¿Hay en qué de mí os sirváis? Lo que he de tratar con vos, toca, Dïón, a los dos. Decid, pues; ¿en que dudáis? Policiano, falso amante de mi hermana, ser su esposo le prometió, y engañoso... No paséis más adelante. Ya os entiendo, y ya sabía el caso. ¿De quién? Del rey, y sé, Ricardo, la ley de vuestra amistad y mía. A las once en punto iréis esta noche, y por la puerta del jardín mio, que abierta para el efeto hallaréis, os entrad en él; y allí sabréis un caso, Ricardo, con que dar venganza aguardo a Dïana, a vos y a mí. Pues, ¿no os partís a embarcar? De aquí a un hora. ¿Que decís? ¿Cómo quedáis y os partís? No me habéis de examinar, si es que de mí os confiáis. Nada reserva la fe que os tengo. Digo que iré al jardín, como mandáis. Con esto ya por hablar en la corte no me queda poderoso de quien pueda mi pensamiento fïar. ¿Queda alguna prevención por hacerme? Que el secreto importa. Yo os lo prometo. Con eso la estimación veréis que tengo de vos esta noche. Y vos veréis que en mí un amigo tenéis siempre firme. Adiós. Adiós. Vanse los dos. Sale POLICIANO, de noche Esta noche ha prometido dar fin a la suspensión de mi esperanza Dïón, y sin duda no ha sabido el estorbo que a mi intento Dïana pretende hacer. ¡Oh, si llegase a tener, antes que el impedimento supiese, dichoso efeto mi pretensión! Dios de amor, si merezco tu favor, sacrificios te prometo, que tanta pompa a las claras glorias de tu nombre aumenten, que las víctimas afrenten que en Chipre adornan tus aras. Alguna hazaña previene de mucho peso Dïón, según la ponderación con que me habló. Gente viene. Salen el REY y FILIPO, de noche, por otra parte Facilitólo Turpín de suerte, que por logrado celebro ya mi cuidado. A la puerta del jardín quiero llegar; que ya es hora. Más holocaustos que al día te daré, noche sombría, si tú a mí me das a Aurora. Vase POLICIANO No dudo, pues te promete Turpín que todas las puertas de Aurora tendrás abiertas hasta su mismo retrete, que lograrás tu esperanza. Los cielos lo harán mejor. De tan injusto rigor justa será la venganza. Lleguemos; que ya estará Turpín aguardando. Haré la seña. Hace una seña. Sale TURPÍN Esta seña fue la que al Rey le di. ¿Quién va? ¿Es Turpín? ¿Es el rey? Sí. La gente toda Morfeo baña en ondas del Leteo. Venid asidos de mí por este espacio sombrío, hasta la luz que buscáis, y al instante que veáis que con un engaño mío abren una puerta, entrad; que es la del cuarto de Aurora. Vanse todos. Sale por otra parte el REY, FILIPO, y TURPÍN ¿Estará acostada? Agora se recogieron. Parad; que ésta es la puerta. Toca a una puerta. Asómase CAMILA ¿Quién es? Turpín. Camila, abre y di a Dïana que está aquí su hermano. Vase CAMILA Ya abrió. Éntrase el REY Los pies muevo sin alma. Éntrase FILIPO Esto es hecho. Colóse su majestad mas desde esta oscuridad veré si es la que sospecho la diligencia que el rey viene a hacer. Salen DIÓN, RICARDO, POLICIANO, y otros caballeros Ya por los pasos que sentí, y porque han abierto también la puerta del cuarto de Aurora, sin duda alguna los traidores han entrado. ¡Válgame Dios! Pasos siento y en baja voz con recato hablan aquí. ¿Quién será? Para averiguar el caso apliquemos los oídos, porque mejor informados de su injuria y mi razón, el castigo resolvamos. No os canséis, porque primero me dejaré hacer pedazos, que ofensa a mí honor. ¿Oís? ¿Que es esto, Dios? ¿Qué aguardamos? Mil muertes merece quien se atreve a haceros agravio. De ayudarme a su castigo me distes todos las manos, sea quien fuere el agresor. ¿Eso dudáis? Recelando estoy que es el rey, que ciego mira de Aurora los rayos. Mejor que vengar la afrenta será prevenir el daño, y ya mereció el castigo con intentar el agravio. ¿Qué escucho? ¡Entremos! Sale AURORA, con una espada; el REY, retirándose; FILIPO, DIANA, CRIADOS, con luces. Todos desenvainan La vida ¡vive el cielo! he de quitaros. Para vengar mis afrentas no son menester tus manos. Pónese AURORA al lado del REY ¡Tened, que es el rey mi tío! ¡No le matéis! ¡Cielo santo! ¡Perdido soy! Qué desdicha! ¿Contra el rey habéis sacado los aceros, desleales? No lo digáis por Ricardo, Pónese al lado del REY que ignorante le sacó, y morirá a vuestro lado. La diligencia que el rey quiso hacer, ha sido el diablo. Por ninguno he de mostrarme, hasta ver el fin del caso. Quien a Dïón se atrevió, ¿ha de vivir? ¿Qué aguardamos? ¡Muera! ¡Muera! ¡Deteneos, si estimáis mi vida en algo! Pues, ¿tú defiendes, Aurora, a quien intentó mi agravio? ¡Es rey nuestro y nuestra sangre, y de mi amor obligado cometió el error que veis! ¡Es tirano! ¡Y es ingrato, pues usa en afrenta mía del poder que yo le he dado! Si el cetro le distes vos, vos en cuanto a ser tirano del reino, le disculpáis, pues sois en eso el culpado. Y si ingrato os ha ofendido, el castigo que al ingrato dé la ley, ejecutad. Rey le hicistes; despojadlo del cetro, pues que tenéis los grandes de vuestra mano. Pierda el beneficio quien usa de él para agraviaros; no reine quien reina mal; no pueda quien ha mostrado que con amor y poder hará mañana otro tanto; pero llegarle a quitar la vida a quien es hermano de mi madre y vuestra esposa, al que erró de enamorado, y en efeto a quien es rey, nombre que le da tan alto privilegio, que aun los ojos del que está más agraviado le han de mirar con respeto, con decoro han de estimarlo, lo han de adorar por divino y venerar por sagrado, fuera querer vos ganar el nombre que de tirano culpáis en él; fuera haceros malquisto, fuera mostraros crüel, y fuera, en efeto, ensangrentando las manos en vuestro rey con la infamia de traidor el lustre claro, manchar de leal, que os dieron tantos blasones pasados. Si vuestro agravio intentó, no ejecutó vuestro agravio; antes deudor le quedáis, pues esta ocasión ha dado a los aumentos de fama que en la resistencia gano; y ni es razón ni equidad ni justicia condenarlo por no consumado error a castigo consumado. Basta, Aurora; tu piedad tanto estimo cuanto alabo tu lealtad y tu prudencia. Lleve la pena de ingrato, Dionisio; de la corona pierda los hermosos rayos, deponga el cetro real, renuncie el reino, si acaso no quiere más morir rey que tener vida privado. Un medio solo escuchad. A Aurora daré la mano. ¡Bien lograra mis intentos! No hay medio sino quitaros o la corona o la vida. Si no queréis obligarnos a revocar la piedad que la vida os ha dejado, estimad lo que os ofrece. ¿Qué dudas en acetarlo? De todas las esperanzas es morir último plazo. Viviendo se alcanzan reinos, pero no vidas reinando. Guarda la tuya, señor, pues esto ordenan los hados. ¡Ah, cielos! ¡Que una pasión traiga a un rey a tal estado! Paguemos, pues, el delito y a la suerte obedezcamos, satisfaciendo a Dïón con beneficio el agravio, y haciendo virtud lo que es forzoso para obligarlo. Nobles de Sicilia, puesto que la ley al que es ingrato condena a que restituya el beneficio a las manos que liberales lo hicieron, y de ella observantes tanto guardarla en todo queréis, yo en todo también la guardo; y así a Dïón restituyo la corona que él me ha dado, y el cetro renuncio en él; y con que queráis jurarlo por rey, de fidelidad el juramento os relajo que me hicistes. ¿Quién mejor merece nombre tan alto? ¡Reine Dïón! ¡Dïón viva, rey del suelo siciliano! Pues yo en su mano el primero Bésale la mano, y todos humilde pongo los labios. Todos hacemos lo mismo, y como a rey le juramos fidelidad y obediencia. Yo lo aceto, y a mis años eternidades deseo para que pueda pagaros tantos excesos de amor. Yo, ¡triste! ¿Qué fin aguardo, si en defensa de Dionisio animoso moví el brazo contra Dïón? Ya mis dichas han confirmado los hados. Ya sois de Sicilia rey. Pues vos de ella desterrado salid al punto, Dionisio. Señor... Si partís callando, mereceréis mi piedad. Pues callo, obedezco y parto, ya que dan en mí los cielos escarmiento a los ingratos. Vase el REY Filipo, ¿no le seguís? ¿Qué aguardáis? La mano aguardo que prometido me habéis de Aurora... ¡Ay, cielos! ...en cambio del aviso que os di. En eso, Filipo, está vuestro daño; que ese aviso fue delito, pues me le distes violando de vuestro rey el secreto como alevoso vasallo. Y estribar en la palabra que entonces os di, es engaño; que entonces era Dïón, y agora rey; y es en vano pretender que cumpla el rey lo que prometió el vasallo; antes como a rey me toca, pues ya lo soy, castigaros la amistad que allí me hicistes, quebrantando el fuero santo de lealtad. Idos al punto, sin replicar, desterrado... ¡Ay de mí! ...que fuera necio, si a quien conozco por falso y aleve, siendo yo rey, tener quisiera a mi lado. ¡Ah, cielos! ¿Que pierdo a Aurora? Señor... Partid. Contentaos con que os negocia la vida haber por amor errado; que olvidaré la piedad si otra vez movéis los labios. A padecer justa pena de haberos servido parto. Será el primer beneficio que se ha visto castigado. Vase FILIPO Muera el mal en mi silencio, pues no puede remediarlo. ¡Gracias al cielo, Dïón, que llegó ya Policiano al puerto de su esperanza. Aguardad. Llegad, Ricardo. Temiendo estoy su rigor. Sólo merece la mano de Aurora vuestra lealtad. ¿Qué decís? ¡Oh, cielo santo! Tenga un rey por hijo a quien sabe ser tan buen vasallo. Ricardo es tu esposo, Aurora. Al fin es menos el daño. Yo soy vuestra. Yo dichoso. Y yo solo desdichado. ¿Asi me cumplís? Callad, y agradeced que el engaño no os castigo, de querer ser su esposo, habiendo dado a Diana la palabra. Cumplidla luego, o su agravio satisfará vuestra vida. Si a Aurora perdí, ¿qué aguardo siendo fuerza obedecer? Ésta, Dïana, es mi mano. Bien sabéis que os la merezco. Turpín... Señor... Mi recado llevo yo agora. Perdona, gran señor. Merced te hago del oficio que tenías en mi cámara; que tanto quien a su rey obedece, aunque fuese por mi daño, ha merecido conmigo. Vivas tú hacia atrás los años, porque el tiempo te restaure lo que él mismo te ha quitado. Y a la amistad castigada demos fin con suplicaros, señores, que estos servicios no castiguéis como agravios.